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Los vestidos de Ari
PUBLICADO

12 de julio de 2024

Érase una vez una niña a quien le gustaba mucho coser. Su familia tenía una tienda de telas y ella siempre disponía de retales para hacer vestidos a sus muñecas e incluso algunas cosillas para sus amigos.

Mientras jugaba en la tienda, Ariadna, que así se llamaba la niña, escuchaba muchas conversaciones y aquel día oyó a su madre aconsejar a una vecina –¡Debes revestirte de paciencia!

Enseguida se le ocurrió hacerse un vestido azul para también ella revestirse de paciencia. Cuando se lo pusiera sería como una armadura frente a todo aquello que pudiera arrebatarle la serenidad.

Otro día, cuando su madre descubrió que no había hecho las tareas, porque ella misma había considerado que estaba demasiado cansada, le dijo –Debes revestirte de voluntad. A Ari, como la llamaban en casa, le había funcionado el vestido de la paciencia, así que pensó en hacerse un vestido amarillo chillón, que le transmitiera fuerza y vitalidad. Y así lo hizo, y funcionó. Incluso en ocasiones, dado que tener paciencia y voluntad eran valores muy positivos en una persona, se ponía uno sobre otro.

–Hay que revestirse de verdad, no puede uno ir mintiendo cuando le conviene– escuchó desde la trastienda. Ari realizó con ilusión un vestido blanco para darlo todo por la verdad. Así fue añadiendo uno rosa para revestirse de dulzura, uno verde para revestirse de esperanza, uno naranja para revestirse de amabilidad…

Un domingo se preparaban para ir a la iglesia y su madre observó cómo se estaba poniendo un vestido sobre otro. Ari había sido muy avispada y los había hecho con el mismo patrón, pero cada uno un pelín más grande que el anterior, con las mangas un poco más cortas y el cuello más abierto, de manera que pudieran verse todos los colores. –Ciertamente, esta niña tiene alma de diseñadora– pensó su madre. Estaba preciosa con toda aquella sutil combinación de colores.

Cuando Ariadna acabó por ponerse el último vestido se sintió un poco contrariada. Si después se quedaba a jugar con los amigos en la plaza, no podría correr –pensó. Se sentó triste en el borde de la cama. Solo entonces su madre empujó ligeramente la puerta y se sentó junto a ella.

Mamá –dijo la niña entre sollozos– ¡Yo deseo revestirme de todo lo positivo y no entiendo por qué tiene que ser tan pesado y dar tanto calor!

Su madre secó sus lágrimas y mirándola con toda la ternura del mundo le dijo con gran sabiduría –Solo es ligero cuando se hace por amor. Revístete de amor y basta.

Aquella tarde confeccionaron juntas un vestido rojo espectacular, que Ariadna llevó puesto por más de quince días seguidos, contenta de haber encontrado la razón de todos aquellos “revestirse”.

Y colorín colorado, aplaude si te ha gustado.

Revista
Este artículo sale publicado en el número 2 de la revista LAR, puedes suscribirte y recibirlo en tu casa y ver el pdf
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