Shika era una babuina pequeña. Todavía viajaba subida a la espalda de su madre. Era mucho más emocionante trasladarse así de un sitio a otro que agarrada a su peluda barriga como cuando era más pequeña. Ahora podía ver todo el paisaje y los animales que compartían con ellos aquel territorio de la sabana. Desde esa posición Shika veía caminar delante de ella a los otros monos de la manada. Todos tenían un culo pelado y muy rojo, algo que no veía en el resto de los animales.
Un día la pequeña babuina empezó a dar vueltas sobre sí misma para comprobar si ella también tenía el culo rojo. Su madre al verla le preguntó:
–¿Qué haces, Shika?
–Intento saber si yo también tengo ese feo culo rojo –contestó la pequeña babuina. –No –replicó su madre con cariño– tú tienes el culo rojo más brillante, suave y hermoso de toda la manada.–
Pero a mí no me gusta. ¿Me lo puedes pintar? –le pidió a su madre.
Esta se quedó pensativa y preguntó:
–¿Querrías tener el cuello de una jirafa?
–¡Por supuesto que no! –contestó.
–¿Querrías tener rayas como nuestras amigas las cebras?
–continuó su madre.
–Para nada –dijo Shika.
–¿Y las orejas del elefante? –siguió preguntándole.
–Pues, no –respondió Shika–, no podría ni caminar. Me las pisaría todo el rato.
–Este precioso y brillante culito rojo es parte de tu identidad
como babuina, la manada sabe así que eres uno de los nuestros y te protege.
Su madre había cogido mientras unas hierbas suaves y había hecho un pincel.
–¿De qué color quieres que te pinte el culito? –le preguntó.
–¡Déjalo mamá! –dijo la pequeña babuina–, me gusta esta gran familia que es la manada y mantendré siempre mi culito limpio y resplandeciente. ¡Soy una babuina!
Y colorín colorado, aplaude si te ha gustado.