Iniciar sesión
Debe iniciar sesión para poder comprar libros y acceder a la información para suscriptores de la revista LAR.
Mail*
Contraseña*
¿Aún no tienes cuenta?
Regístrate y crea una cuenta
¿Olvidaste tu contraseña
Mail*
Le enviaremos un correo electrónico para restablecer su contraseña.
LA MIRADA DE LA SEMANA
Antoni Pedragosa
Hablar del perdón
PUBLICADO

25 de noviembre de 2024

Resulta complicado hablar del perdón porque estamos muy acostumbrados a penalizar las faltas o los delitos, para tener cierto control del orden establecido. Por eso, parece que el hecho de perdonar rompe, de una manera u otra, las normas habituales de la justicia, que necesita castigar el delito. Todo esto para explicar la gran complejidad que tiene el tema del perdón en nuestro mundo.

De hecho, quizás es que el perdón no es una actitud de este mundo, sino de otro mundo, porque el perdón no es una cosa natural, sino más bien sobrenatural. En la vida pública hay dos niveles de gracia: el indulto y la amnistía. El indulto perdona el castigo, pero no el delito. Mientras que la amnistía perdona el delito y el castigo: es como un tipo de perdón que no funciona como un acto de justicia, sino de generosidad. Eso sí, hace falta que sea un acto sin prepotencia y revestido de la humildad suficiente para reconocer la parte de culpa de cada cual en el conflicto de que se trate.

La antítesis del perdón es la venganza, que es volver mal por mal, a menudo, de forma desproporcionada. Por eso la cultura hebrea impuso la ley del Talión, que decía: «Ojo por ojo, diente por diente». Es decir: hacía falta que hubiera proporcionalidad entre el mal recibido y el mal devuelto. Cuando nos situamos en este contexto de agresión y venganza, se produce lo peor: el odio aparece inevitablemente entre las partes en conflicto. Por eso, viendo los estragos que causa el odio en las relaciones humanas, la psicología positiva reconoce el gran valor terapéutico y liberador, que tiene el perdón en la persona humana. A menudo pasa que las relaciones interpersonales no son buenas, porque nos cuesta comprender el otro, no lo valoramos teniendo en cuenta sus circunstancias, sino que lo hacemos con nuestros propios parámetros. De este modo hacemos una valoración sesgada del otro.

Comprender la otra persona, como comprender el país o la cultura del otro, requiere una purificación previa de los prejuicios y de los estereotipos. Esto implica mirar el otro con la misma benevolencia como nos miramos a nosotros mismos. Pero, en las relaciones desiguales donde hay un agresor y un agredido, para ir bien se tiene que producir una distensión recíproca. El agresor tiene que reconocer su culpa, y de este modo suaviza la herida del agredido y facilita el camino del perdón. A veces veo a una persona que fue duramente torturada en el anterior régimen y que vive en el mismo barrio que su torturador. La primera vez que coincidieron se reconocieron y se saludaron, mientras uno decía: «yo cumplía órdenes», y el otro respondía: «eso ya pasó, te ofrezco mí amistad». Ahora los dos, ya jubilados, juegan juntos a la petanca.

34 91 725 95 30