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LA MIRADA DE LA SEMANA
Beatriz Márquez
¿El saber nos hace infelices?
PUBLICADO

10 de marzo de 2025

Pensemos en las actividades que hacemos en nuestro tiempo libre, y en el objetivo que tienen. ¿Las realizamos simplemente porque disfrutamos con ellas, o las utilizamos al mismo tiempo para huir del estrés y de los sentimientos negativos? Si admitiéramos esto último, estaríamos afirmando que invertimos el poco tiempo del que disponemos para nosotros mismos en paliar pequeños sufrimientos que se derivan naturalmente de nuestra rutina. De ser así, habría que afirmar que nuestro modo de vida no es satisfactorio, ya que no necesitaríamos recuperarnos de aquello que hacemos, sino que nuestra actividad diaria sería gratificante en sí misma.  Si tuviéramos que rastrear el origen de este malestar social, sería conveniente prestar atención a las respuestas que han dado los filósofos que teorizan sobre la organización política. La pregunta que debemos hacernos entonces no será otra que si nuestra vida organizada en sociedad nos hace inevitablemente infelices, aunque sea en pequeñas dosis. 

Rousseau afirma que la sociedad nos aleja poco a poco de nuestra felicidad natural. El origen de esta infelicidad consecuente se encontraría en el desarrollo de todos los saberes humanos, que en lugar de progreso supondrían un retroceso. Sería precisamente el desarrollo de los saberes lo que supondría la llegada a la sociedad actual, conocida entonces como sociedad tecnológica. 

Llegados a este punto, cabe preguntarse qué entendemos exactamente por felicidad. Para Rousseau, esta parece corresponder con un estado anímico que pertenece al ser humano naturalmente y que se puede alcanzar de forma muy sencilla. Sin embargo, el ser humano se ha dirigido a lo largo de la Historia en un sentido opuesto, dificultando cada vez más alcanzar la misma. 

Supongo que, a partir de aquí, no nos será difícil imaginar ejemplos que nos conduzcan a este estado dentro de nuestro día a día, o de las vidas de personas de nuestro alrededor. Pero también es muy probable que, aunque demos parcialmente la razón a Rousseau, pensemos con facilidad objeciones a esta teoría. 

¿Realmente vivir en sociedad corrompe al ser humano? ¿Investigar y conocer asuntos de nuestro interés que nutren nuestra mente y solventan nuestras dudas o incluso generan nuevas, hace que el ser humano sea irremediablemente infeliz?  Aristóteles presenta una teoría muy diferente, ya que además de señalar que el ser humano sólo se puede desarrollar plenamente en sociedad, explicita que aquello que hace feliz a las personas por encima de todo es la contemplación intelectual.  Sin embargo, y aunque Aristóteles pueda tentarnos a dar una respuesta optimista, concluyendo que aquellos que no disfrutan del saber y no se sienten plenos en sociedad son la excepción, cabe una nueva pregunta. Esta dimensión intelectual nuestra, que, para Aristóteles era la más propia de nuestra especie y donde residía la verdadera felicidad, ¿puede alienar al ser humano, alejándonos de nuestros semejantes, aislándonos en nosotros mismos e impidiéndonos disfrutar de la vida?

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