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LA MIRADA DE LA SEMANA
Beatriz Márquez
El deber de estudiar
PUBLICADO

05 de mayo de 2025

¿Cuántos de nosotros no fantaseamos el pasado lunes con poder pasar sin ir al trabajo al día siguiente? Debido al apagón, lo más normal es que nos encontráramos asustados ante la incertidumbre, pero, al mismo tiempo, manteniendo una cierta esperanza de no tener que acudir a nuestras obligaciones al siguiente día.

 ¿Y no es extraño este pensamiento? ¿Es que no nos dedicamos a aquello que realmente nos hace sentirnos realizados? ¿No se supone que la ocupación responde a una vocación personal? ¿Por qué, entonces, terminamos descubriendo que el verdadero objeto de nuestros deseos es, en muchas ocasiones, el descanso?

 Quizá podíamos contestar utilizando algunos aspectos característicos de nuestra sociedad, como son el estrés, las altas exigencias profesionales o el cargado horario laboral. Pero este modelo de rendimiento no se detiene en el mundo adulto, sino que se extiende a la educación, contagiando a los estudiantes con la misma ansiedad que sus mayores, convirtiendo el estudio en una obligación.

 Es probable que algunos de los lectores no vean extraña la asociación entre educación y deber. Sin embargo, me gustaría ofrecer una perspectiva diferente, esperando que sirva para replantearnos las conductas que instauramos y que a día de hoy ya están normalizadas.

 Hace varios años leí uno de los libros que más recomiendo: El médico de Noah Gordon. Lo que más me impactó, especialmente porque acababa de terminar el bachillerato y en general, como el resto de alumnado, lo consideré un sufrimiento, fue el deseo genuino por conocer que tenía el protagonista, además del cariño y la devoción con la que miraba todo aquello relacionado con sus estudios. Su deseo de conocer la ciencia de la medicina era tan grande que se jugó la vida para llegar hasta Persia cuando la entrada de cualquier cristiano estaba prohibida. Ese amor por la sabiduría constituye ya un ideal perdido, una idea fosilizada, un recuerdo platónico de algo que, con cada generación que pasa, nos queda más claro que no volverá.

 Este fenómeno no es sólo triste, también es extraño, ya que cuestiona la misma definición del conocimiento teórico. Mientras que el conocimiento práctico es necesario, el teórico, por su inutilidad, ya que no sirve a nada, se considera un lujo. Este es el caso de la filosofía, que hoy día se ha encorsetado en el formato de examen de selectividad y se ha convertido en materia obligatoria en bachillerato.

 Siguiendo la conocida cita Primum vivere, deinde philosophari, la filosofía es el lujo en el que nos ocupamos cuando ya tenemos todas las necesidades cubiertas, porque la curiosidad es inherente al ser humano y el anhelo de placer intelectual nos anima a investigar nuevas cuestiones. Pero muy pocos son ya los que disfrutan leyendo, pensando y dialogando. En las aulas el ambiente es tan distinto de esto que el objetivo principal de educar parece haberse perdido, el enfoque ha cambiado, se ha institucionalizado, homogeneizado y cuantificado.

 El saber dejó de ser un disfrute y se volvió un derecho a la vez que una obligación, y aunque con ello se ha ganado mucho, su significado también se perdió.

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