El tradicional mensaje del Papa del 1 de enero con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, propone esta vez el lema: «Si quieres cultivar la paz, custodia la creación».
Sabemos que estamos ante un problema de grandes proporciones –el de la preservación del medio ambiente– y si no se da un cambio radical, estaremos afectando la posibilidad de que las generaciones futuras sigan habitando este planeta. Esto significa reducir drásticamente la contaminación que produce la actividad humana, que ya ha causado un cambio climático cuyos efectos dicen que durarán siglos. La naturaleza, que por lo general ha tenido la capacidad de absorber la contaminación que producía el ser humano, en algunos casos ya no está en condiciones de hacerlo, y por eso se producen fuertes desequilibrios. Según un estudio del economista británico Nicholas Stern, haría falta destinar el 1% del PBI mundial para limitar los daños que en las actuales condiciones producen los cambios del clima (aparición o reaparición de enfermedades, reducción de los hielos y elevación del nivel de los mares, fenómenos meteorológicos extremos como tornados y huracanes, etc.).
Necesitamos preservar los recursos naturales como el agua dulce, sin la cual no es posible la vida, o los energéticos, que son clave para el funcionamiento de la sociedad y su desarrollo. Hay 900 millones de personas que tienen problemas para acceder al agua potable y se estima que para el 2025 serán 1.500. El agua dulce es el 2,5% del total del agua del planeta, pero apenas tenemos acceso fácil al 0,26% de ese total. Y en cuanto a la energía, según varios expertos la producción de petróleo ya ha superado su punto máximo y ha entrado en fase decreciente, pero las fuentes de energía renovables aún no tienen posibilidad de sustituir significativamente el enorme consumo de combustibles fósiles. Todo esto plantea la necesidad de revisar nuestro estilo de vida, de consumo y de producción, así como el mismo concepto de desarrollo y de bienestar. De hecho, los conflictos en Iraq y en Afganistán tienen su causa principal en el control de recursos energéticos, como el petróleo y el gas. Hoy los seis mil millones de habitantes del planeta no podrían vivir según los modelos de Europa o Estados Unidos, ya que la Tierra no soportaría ese impacto.
No hay muchas alternativas. Si seguimos así, hay riesgo de que se generen situaciones explosivas, porque las regiones más ricas y poderosas tenderán a decidir siempre cómo repartir los recursos y se agudizarán las diferencias y las injusticias. Una posibilidad consiste en modificar la idea que tenemos de desarrollo y de crecimiento económico en pos de un estilo de vida más sobrio: un menor despilfarro de recursos que permita a las regiones más postergadas del planeta mejorar sus condiciones de vida. Esta hipótesis, sin duda compleja y revolucionaria, sólo se puede realizar en un contexto de paz y de colaboración entre los pueblos. Es revolucionaria porque, como sostiene el físico italiano Sergio Rondinara, se trata de un cambio análogo al de la revolución industrial. Y podemos esperar algo realmente positivo si, como dice el Papa, este cambio no está motivado sólo por la necesidad, sino también por el deseo de establecer lazos de fraternidad y solidaridad entre todos los habitantes del planeta que Dios encomendó a nuestro cuidado inteligente.