“Combatir la pobreza, construir la paz” es el título del mensaje de Benedicto XVI con motivo de la 42° Jornada Mundial de la Paz que, como todos los años, se celebra el primer día de enero. No es novedad que la Iglesia vincule paz y lucha contra la pobreza en numerosos e importantes documentos eclesiales, desde la constitución Gaudium et Spes que vio la luz en el Concilio Vaticano II, hasta la encíclica Populorum progressio, de Pablo VI, con su profética afirmación: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, sin olvidar las encíclicas de Juan Pablo II (Centesimus Annus, Sollicitudo rei socialis) o el mismo mensaje que preparó para esta misma jornada de 1993: “Si quieres la paz, sal al encuentro del pobre”.
El mapa de los conflictos confirma la relación entre estos dos objetivos: Colombia, la región africana de los Grandes Lagos, Sudán, Medio Oriente, Cachemira y muchos otros lugares donde el subdesarrollo es el caldo de cultivo de la violencia y de la guerra. Y en esta clave podemos leer el supuesto “choque de civilizaciones” que parecería estar materializándose entre el cristianismo y el Islam.
En este contexto resulta peligrosamente irracional que, para reparar el desastre financiero global, se hayan utilizado diez billones (millones de millones) de dólares, cuando sumas comparativamente mínimas son negadas a la lucha contra la miseria y el hambre. También es incongruente destinar fortunas a gastos militares, cuando la seguridad se alcanzaría con la cooperación para el desarrollo.
El premio Nobel de economía Joseph Stiglitz señala que el costo de la guerra en Irak alcanzará tres billones de dólares. La ocupación de ese país y de Afganistán ya les cuesta a los contribuyentes estadounidenses 29 mil millones de dólares mensuales. A su vez, el descomunal gasto de defensa del Pentágono (600 mil millones de dólares anuales) ha propiciado el aumento de los presupuestos militares en todo el mundo. Tales paradojas, además de una ostentosa opulencia, hacen que la persistencia de tanta pobreza sea escandalosa.
Pero rasgarse las vestiduras no basta. La cuestión es cómo afrontar estos temas, de qué forma llevarlos al plano de la acción política y social. El riesgo más grave es dejarse vencer por la idea de que problemas estructurales de esta envergadura no pueden ser resueltos. Y ese fatalismo es lo que impide ver en las circunstancias de la historia las oportunidades de cambio. A ese propósito dice el Papa que hay que «mirar a los pobres desde la perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación de construir una sola familia en la que todos, personas, pueblos y naciones, se comporten siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad», y concluye su mensaje con un llamamiento a los cristianos y a los hombres de buena voluntad, para que se comprometan en iniciativas, pero sobre todo en un cambio de estilo de vida y de estructuras.
Hay quienes ven en la actual crisis financiera global una oportunidad para afrontar el problema del subdesarrollo. Por ejemplo, Ettore Gotti Tedeschi, economista y presidente del Banco Santander Central Hispano de Italia, ha propuesto combinar la liquidez financiera de China con la capacidad tecnológica de los Estados Unidos y el despliegue empresarial europeo para financiar, a largo plazo, a los países pobres, donde residen miles de millones de candidatos al desarrollo. Esta “burbuja”, según el técnico, permitiría afrontar los embates de la crisis. ¿Es una propuesta utópica?
Todo objetivo es imposible mientras lo consideremos como tal. Hace cuarenta años la minoría negra de Estados Unidos se tragaba amargas lágrimas de impotencia por el asesinato de Martin Luther King. En ese entonces otra figura emblemática, Nelson Mandela, purgaba en la cárcel su lucha contra el régimen del “apartheid”. Parecía que nada cambiaría la condición de esas minorías y que sus anhelos eran mera utopía. Sin embargo, Mandela llegó a ser presidente de Sudáfrica y este mes comienza el mandato del primer presidente negro de Estados Unidos. Han sido procesos largos y duros, pero los que creyeron en la justicia y asumieron el compromiso con tesón y creatividad han transformado lo que parecía imposible.