Los fenómenos sociales no ocurren de un día para otro. Tienen una larga gestación y se manifiestan en un determinado momento a partir de un detonante. Tal ha sido el caso de la llamada «crisis de refugiados», la llegada masiva a Europa de sirios huyendo de la guerra, que ha desatado una desbordante oleada de solidaridad de la que nos hacemos eco en este número.
Este fenómeno de los refugiados sirios es una manifestación –trágica– de un cuadro más amplio que va a caracterizar la política mundial en las próximas décadas, el de las migraciones.
En esta «era de las migraciones», como la han definido algunos estudiosos, buena parte de la actividad humana y de los fenómenos que no conocen fronteras (contaminación, riesgos nucleares ̧ cambio climático) prescinden de las barreras entre Estados, pero la estructura política fundamental, el Estado, sigue anclada en una dimensión que empieza a ser obsoleta, defendiendo con uñas y dientes el criterio de soberanía. Resulta paradójico que mientras una mercancía puede entrar en el mercado único de la Unión Europea por un puerto cualquiera y
circular por todo el territorio una vez resueltos los trámites aduaneros, un ser humano no pueda hacerlo aun con estatus de refugiado.