Cargado de retos llega el inicio del nuevo curso, ya sea el escolar con la implantación de la segunda fase de la LOMCE, el laboral con la lucha contra el paro, y especialmente el político, tanto a nivel nacional como internacional: elecciones en Cataluña, elecciones generales en España, rescate financiero de Grecia, crisis de refugiados por las consecuencias de los conflictos en Oriente Próximo con el Estado Islámico y todas las facciones que allí combaten...
En el plano personal, se añade la inevitable comparación con el curso anterior y el deseo de evitar errores y mejorar en la medida de lo posible en este. Si tuviéramos dos vidas, usaríamos la primera como ensayo general y la segunda como definitiva puesta en escena, pero solo disponemos de una, y la vamos trenzando de luces y sombras, completamente ignorantes del resultado que pacientemente nos espera al final de la línea del tiempo.
Por eso no está de más pararse de vez en cuando, como han hecho este verano los participantes de la Mariápolis, y rumiar atrevidas propuestas de distintos autores, como esta de Chiara Lubich, que bien vale como propósito para el nuevo curso:
«A veces nos invaden pensamientos tan agobiantes [...] que cuesta un grandísimo esfuerzo manejar el timón de la barca de nuestra vida, manteniendo el rumbo hacia lo que Dios quiere de nosotros en ese momento presente. Entonces, para vivir bien, con perfección, se necesita una voluntad, una decisión, pero sobre todo una confianza en Dios que puede llegar hasta el heroísmo: “Yo no puedo hacer nada en ese caso, por esa persona [...], pues bien, haré lo que Dios quiere de mí en este momento [...] y Dios pensará en desenredar esa madeja, en consolar a quien sufre, en resolver ese imprevisto”. Es un trabajo entre dos, en perfecta comunión, que exige de nosotros una fe grande en el amor de Dios por sus hijos y le da al mismo Dios, por nuestro modo de actuar, la posibilidad de tener confianza en nosotros. Esta confianza recíproca produce milagros».
CN