No es raro que cuando saludas a alguien con un «¿Cómo te va?», este responda: «Ahí andamos, luchando». Parecería que la vida se entiende como una lucha, un combate.
No es raro que cuando saludas a alguien con un «¿Cómo te va?», este responda: «Ahí andamos, luchando». Parecería que la vida se entiende como una lucha, un combate.
En el fondo, esta dimensión de «lucha» es innata en el ser humano, y la podemos constatar a lo largo de toda la historia, en cada sociedad y en cada individuo. Luchamos por la supervivencia, por la libertad, por conquistar derechos y valores, por la paz… Lo cual no implica necesariamente conflicto, contraste, violencia o agresividad, aunque esos elementos siempre andan al acecho.
«Lucha» quiere decir «esfuerzo», y nace del profundo deseo de ser reconocidos por nuestra identidad personal y colectiva. Hoy ese esfuerzo y esa lucha tienen lugar en un contexto social cada vez más participativo, en el que todos queremos ser activos y que se nos tenga en cuenta. La hipotética violencia que podría derivarse de esta nueva situación es una variante que se puede y se debe superar.
El año que ha concluido nos ha dejado unos cuantos ejemplos de vitalidad ciudadana con manifestaciones en la calle, aquí y fuera de aquí. Es una buena señal, porque la sociedad occidental sigue siendo opulenta, aunque esté cansada y descontenta, y su parte menos satisfecha da señales de querer que algo cambie.
No deja de ser un hecho positivo ver cómo se despliega esta nueva etapa en una sociedad llamada a afrontar nuevos retos. Y el reto mayor, sin duda, es llevar a cabo la «lucha» superando la tentación de la «guerra», de la confrontación contra todo y contra todos. En otras palabras, significa alcanzar nuevas metas con las dimensiones del respeto, la acogida y la solidaridad. Y eso es amor, ese amor que todos buscamos porque sin él nadie gana ni crece.