Felipe VI ha sido proclamado rey y nuevo jefe del Estado con el apoyo de la mayoría en las Cortes.
Felipe VI ha sido proclamado rey y nuevo jefe del Estado con el apoyo de la mayoría en las Cortes. Este hecho, acaecido en la normalidad democrática y de por sí nada excepcional en la vida de un Estado, sí lo es para España.
No se podía prever el pasado 2 de junio la abdicación de Juan Carlos I, aunque muchos lo esperaban o lo deseaban. Una decisión tomada hacía meses, pero que se precipitó por los resultados de las elecciones europeas, en las que los partidos mayoritarios recibieron tal varapalo que les devolvió a la realidad de la desafección ciudadana con respecto a la vida pública.
Una decisión como la de abdicar, con sus consecuencias sucesorias, había que tomarla en un momento de consenso institucional, garantizada la mayoría parlamentaria por los dos grandes partidos. Al mismo tiempo, desde distintos ámbitos se reclama un referéndum para decidir entre continuidad de la monarquía o república. Se trata de una consulta importante, que atañe y requiere la voz de todos los ciudadanos.
Son muchos, sin embargo, los que se hacen la pregunta sobre la oportunidad de la consulta en este momento, caracterizado por la crispación, el problema de la territorialidad del Estado, la crisis económica y el paro lacerante, y por la explosiva corrupción que afecta a políticos, sindicatos, empresarios… y todo tipo de ciudadanos, por qué no decirlo.
Aunque parezca paradójico, para superar este difícil momento de nuestra historia –y será tarea principal del nuevo jefe del Estado–, se necesitan personas “ingenuas”, a prueba de sistemas, gobiernos o modelos económicos, que trabajen para el bien común, políticos y ciudadanos. Entendemos por ingenuo no una persona naif o “fuera del mundo”, sino una persona honesta, cándida, franca, sencilla, sin malicia, no intrigante, dialogante, en definitiva, una persona de bien, mas allá de la propia ideología o creencias. Personas, en fin, que crean en la Política con la p mayúscula, que, como diría el papa Francisco, «es una de las formas más elevadas del amor». Personas que sean capaces de vivir pobremente, sin buscar el propio beneficio, con pureza de corazón para vivir por el bien común, y obedientes a la propia conciencia, sin compromisos con el poder cualquiera que sea su naturaleza.
No sólo lo debemos esperar de los demás, también cada uno de nosotros puede y debe serlo. Este tiempo de descanso estival puede ser un buen momento para practicar.
CN