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Javier Rubio


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Tras el paréntesis obligado del número de abril, que dedicamos íntegramente a Chiara Lubich, volvemos con los editoriales cuyo objeto es ver cómo ha de “proseguir el camino emprendido” una publicación que “quiere ser camino de fraternidad” e “instrumento de diálogo”, según dijimos en el número de febrero. En distintas ocasiones se nos ha planteado cómo se han ido forjando los criterios comunicativos que subyacen en una publicación como Ciudad Nueva, si son distintos a los que operan en otras publicaciones y medios y si aportan alguna originalidad al ámbito de la comunicación. No es tarea nuestra hacer este tipo de evaluaciones, pues para eso están los teóricos de la comunicación, que dominan los principios, los elementos, la historia y los pormenores de esta delicada labor tan definidora del ser humano. Pero algo de esto, en realidad, ya se ha hecho. Tanto la historia de Ciudad Nueva, en su variedad de ediciones, como otras expresiones comunicativas de los Focolares, han sido sometidas a estudio por parte de expertos en la materia y existe de hecho una red de estudiosos que siguen aportando sus observaciones. Cabe recordar a este propósito las veces que hemos hablado en estas páginas de los congresos internacionales de comunicadores. A esos artículos nos remitimos. A modo de resumen, podemos ahora dejar constancia de al menos tres puntos que delinean bien a los comunicadores que integran la red de profesionales cuya labor se refleja en las 37 ediciones de Ciudad Nueva por todo el mundo. En primer lugar, como es obvio, desarrollan su actividad desde la óptica de la espiritualidad de comunión. Y es obvio porque ésa es la característica de todo lo que lleva el sello de los Focolares. Es decir, consideran que la comunicación es un fenómeno implícito en la naturaleza del ser humano, y su finalidad y la de los mismos medios utilizados es realizar la unidad del mundo. Este concepto del “mundo unido”, pues, está tomado de la espiritualidad de comunión que emana de la intuiciones de Chiara Lubich, y no de otra parte, de modo que hay que entenderlo como el resultado de unas relaciones humanas basadas en la actitud de compartir, lo cual necesariamente genera una cultura de paz. Quizás la mejor forma de sintetizar este segundo punto la tengamos en la expresión “fraternidad universal”. Por eso Ciudad Nueva pone especial interés en hacer noticia de aquellos hechos que ayudan a realizarla. Es vedad que no podemos ignorar ni pasar por alto la existencia del mal, el dolor y las manifestaciones negativas del ser humano, pero al tratarlos como objeto de noticia no se afrontan como evidencia de la debilidad del ser humano, sino como un signo dramático cuyo sentido profundo transciende al mismo dato noticioso y en muchas ocasiones es un misterio. Por último, cabe añadir que estos tres sencillos principios que han sido detectados en nuestras páginas, los comparten también comunicadores de otros medios y formas de comunicación. De hecho se puede seguir su desarrollo en la red NetOne (www.net-one.org), donde se dan cita profesionales y estudiosos de distintas creencias religiosas y también no creyentes. Los primeros viven la comunicación como un hecho cuyas raíces están en Dios mismo. Los segundos, en cambio, se dejan guiar por un principio universalmente reconocido, como es la regla de oro: “No hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti”, que en el ámbito de la comunicación podríamos versionar como “no digas de los demás lo que no te gusta que digan de ti”.



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