Dar un rostro más humano a la crisis y subrayar lo que ya se está haciendo para construir una sociedad más fraterna.
No nos gusta una Unión Europea a dos velocidades. En cualquier caso, la “unión fiscal” de la que tanto se habló a principios de diciembre y para la que se ha convocado una cumbre europea el 30 de enero es un proyecto a medio plazo, complicado, que no resuelve las actuales emergencias.
El problema es el euro, una moneda sin Estado (mejor dicho, demasiados Estados con políticas económicas distintas) y sobre todo sin una guía política. No olvidemos que después de casi veinte años del Tratado de Maastricht, el euro sigue siendo un proyecto inacabado y lejano de esa visión integradora que llevó a crearlo. La moneda única era un elemento de un proyecto más amplio, casi federal, de Europa; proyecto al que los gobiernos europeos prácticamente ya han renunciado. Por consiguiente, ahora tenemos que vérnoslas con un instrumento de soberanía compartida, mientras muchos vuelven a albergar la ilusión de la soberanía nacional. La paradoja es que lo que ya se considera una utopía –una política económica única, al menos para la eurozona–, representaría precisamente la única medida realista para salvar no sólo la moneda única, sino tal vez la Unión Europea misma.
Pero hay otra cuestión importante que se va abriendo paso: la tentación de crear una Europa “central” y una Europa “marginal” no sólo en términos geográficos (los estados en crisis más profunda son los “periféricos”) sino a la hora de tomar decisiones. Parece que las cuestiones más importantes sólo las tratan unos cuantos países, y además fuera de las instituciones europeas, algo que habría que evitar. Lo último que necesitamos es una Europa desigual, asimétrica, polarizada, es decir, lo contrario de la razón de ser política e institucional de la Unión Europea.
La crisis económica que afecta a Occidente tiene una raíz profunda; es una crisis espiritual, social, de motivaciones. Si Europa no es capaz de superar su falta de entusiasmo y de ganas de vivir, ninguna maniobra financiera será capaz de sacarla del atolladero. Antes que los gobiernos y las instituciones, la economía la mueven la pasión y los ideales de los ciudadanos, que hoy deben expresarse en un nuevo humanismo que responda al nihilismo consumista con valores capaces de dar esperanza y felicidad individual y social.
En esta línea, el ideal de unidad que alimenta el Movimiento de los Focolares tendrá varios momentos fuertes en el nuevo año que empieza. Con el objetivo de dar visibilidad a lo positivo que los movimientos y asociaciones de distintas Iglesias cristianas están realizando ya, el próximo mes de mayo tendrá lugar la tercera edición de «Juntos por Europa», de la que hablamos en este número.
Por otro lado, jóvenes, adolescentes y niños de todo el mundo también mostrarán su deseo de construir un mundo más unido y los esfuerzos que ya están realizando en ese sentido en sendas manifestaciones –Genfest y Run4Unity– de las que nos haremos eco. En un mundo de crisis globalizada, estos eventos pretenden dar un rostro más humano a esta crisis y subrayar lo que ya se está haciendo para construir una sociedad más fraterna. Se trata de poner una nota de esperanza.
2012 será un año difícil, en el que sentiremos en nuestras carnes más que en años pasados las consecuencias de la crisis. Pero como ocurre con todas las crisis individuales y colectivas, es en estos momentos en los que tenemos que recurrir a nuestras energías más recónditas para salir airosos y, esperemos, mejores.