
Nuestras creencias, estilo de vida y tecnología pueden afectar nuestra salud mental
Es sabido que en las sociedades llamadas "avanzadas", con un desarrollo económico sin parangón, se dan, cada vez más, problemas de salud mental, aumento del consumo de ansiolíticos, antidepresivos o neurolépticos. ¿A qué puede ser debido?
¿Y si eso tuviera que ver con nuestras creencias y valores (reduccionistas, materialistas), nuestro estilo de vida (individualista, hedonista), nuestra reclusión en una burbuja virtual y electrónica, viviendo al margen de la naturaleza, con nuestra sanidad desbordada por falta de recursos y ocupada en los síntomas en detrimento de las causas? Y si...
1. ¿Y si no son correctos ciertos enfoques, diagnósticos y tratamientos?
Mantengamos un espíritu crítico frente a psiquiatras, psicólogos, terapeutas... No los desautoricemos sistemáticamente, pero tampoco convirtamos lo que dicen y prescriben en un dogma de fe. No es fútil considerar, por ejemplo, lo que denuncian ciertos movimientos en primera persona; el de la antipsiquiatría y lo que, en su día, reveló el experimento de Rosenhan (una prueba publicada el 1973, que cuestionó duramente la fiabilidad del diagnóstico psiquiátrico). En todo quehacer humano, por más lustre que sea el científico que lo ejecuta, puede aparecer el descuido, el error o (lo que es peor) el afán de dominio o de lucro.
2. ¿Y si asumimos nuestra responsabilidad?
Sin dejar de admitir que existe un buen número de condicionantes (alteraciones genéticas, lesiones cerebrales, desequilibrios bioquímicos, traumas de la infancia, etc.), gran parte de la salud mental está en nuestras manos (dependiendo también de lo que pensemos, decidamos y hagamos ahora). No somos marionetas, ni estamos determinados... Recuperemos nuestra parte de responsabilidad en la gestión de la salud. La psicología humanista y existencial nos recuerda este feudo de libertad y nos invita a comprometernos activamente en nuestro cuidado personal.
3. ¿Y si la meta es la felicidad?
No tener ninguna enfermedad mental no indica necesariamente que se goce de salud mental; y viceversa: padecer un trastorno mental no constituye “per se” un impedimento para gozar de buena salud mental. Según la psicología positiva, más allá de los aspectos patológicos, hay toda una serie de aspectos positivos (virtudes, fortalezas) que hay que desarrollar para tener vidas plenas, felices y gozar, por lo tanto, de una genuina salud mental: resiliencia, autocontrol, gratitud, apreciación de la belleza, sentido del humor y, especialmente, esperanza.
4. ¿Y si es nuestra civilización la que ha enloquecido?
Porque quizás sea la civilización moderna occidental en conjunto la que ha perdido el juicio. Los movimientos contraculturales, por una parte, así como los pueblo indígenas y tradicionales, con perspectivas bien diferentes, nos alertan de esta verdad incómoda. Sirva de ejemplo la declaración que los mamos (líderes espirituales de las etnias de Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia) hicieron con motivo de la pandemia de COVID-19: se nos describe como niños caprichosos, enceguecidos por el poder de la razón, fuera de balance, aterrados, inconscientes y destructivos... Mientras, nosotros creemos que el nuestro es un mundo feliz y que los que se sitúan al margen son unos pobres diablos o atrasados. En realidad, nuestro estilo de vida es de lo más insalubre y alienante: falto de espíritu comunitario, de sosiego, de vitalidad...
5. ¿Y si estamos medicalizando problemas sociales?
Resulta más fácil tratar de aliviar con psicofármacos los síntomas (estrés, nerviosismo, insomnio, tristeza, desesperación, impulsividad...) que ocuparse de las situaciones sociales que tan a menudo los desencadenan: exclusión y vulnerabilidad social, precariedad laboral, dificultad de acceso a la vivienda, falta o degradación de los vínculos familiares y comunitarios, etc. Las drogas psicoactivas son, a veces, pequeños salvavidas que lanzamos a personas que abandonamos con el agua al cuello en medio del mar.
6. ¿Y si nos lo tomamos con filosofía?
Lou Marinoff, el autor de Más Platón y menos Prozac (2002) nos recordó que, puesto que no somos ratoncillos, nuestros malestares psicológicos no son siempre de origen biológico o ambiental sino existencial; y muchos de ellos no se resuelven con fármacos y estímulos físicos sino con razonamientos y diálogo, con convicciones y principios morales, con el arte de vivir y con la sabiduría. La asesoría filosófica, las enseñanzas de la Dama Filosofía nos ayudan: De vita beata,de Séneca; La consolación de la filosofía, de Boecio...
7. ¿Y si me muero en este preciso instante?
Esta pregunta es una técnica de psicodrama que utiliza la logoterapia, que nos obliga a pensar qué cambiaríamos de nuestra vida si tuviéramos una segunda oportunidad ¡y hacerlo... ya! porque para Viktor Frankl (El hombre a la búsqueda de sentido,1946), más que placer o poder, lo que queremos, y al mismo tiempo todos necesitamos, es tener una vida significativa, es decir, una razón para vivir; lo que en la cultura japonesa se denomina ikigai. Tener una razón para levantarse por la mañana, para querer vivir… ¡es salud mental!
8. ¿Y si tenemos un déficit de naturaleza?
Es lo que afirma Richard Louv (Los últimos niños en el bosque, 2018), sobre todo respecto a los niños de ahora, y consciente de una verdad milenaria, que hoy en día propugna la ecopsicología: la conexión con la naturaleza es esencial para la salud integral de la persona. Somos naturaleza y, por eso, apartados de la Madre Tierra y de los ciclos naturales, en medio del cemento y del desenfreno tecnológico y digital, sufrimos una trágica alienación. La amputación de nuestra identidad terrena nos desbarata y ofusca el alma.
9. Y si la naturaleza es sanadora?
Medicus curat, natura sanat es un viejo aforismo latino. El juego no planificado al aire libre, la contemplación de un paisaje armonioso, una inmersión silenciosa y tranquila por el bosque (shinrin-yoku), la playa o un jardín, el contacto con animales... La experiencia directa e íntima con la naturaleza ayuda a la concentración, vigoriza el ánimo, maravilla y consuela, mejora la autoestima y la resiliencia, tiene beneficios comprobados frente a la depresión y la ansiedad... Tengamos presente el valor terapéutico y preventivo de la naturaleza, fomentemos la receta verde y azul.
10. ¿Y si somos más que lo que creemos ser?
El proceso de maduración humana, para llegar a su culmen, ha de elevarse hacia estados superiores o más profundos de consciencia y realización. Esto es lo que dice tanto la psicología transpersonal (que tiene en Claudio Naranjo uno de sus máximos referentes), como todas las tradiciones espirituales que comparten esta visión más amplia, en las que el sano desarrollo implica una disminución continua del egocentrismo, una visión orientada a una consciencia más global y amorosa. Con la meditación, la plegaria, la peregrinación... necesitamos transformar la mente para acceder al corazón (metanoia).
Abogamos por una psicología integral (como propone Ken Wilber) que atienda las diferentes dimensiones humanas (física, mental, social y espiritual) y que entienda su interdependencia; por una concepción del malestar psicológico como una señal de alarma social y, al mismo tiempo, como oportunidad de autoconocimiento y crecimiento y no solo como algo a eliminar rápidamente con una pastilla; por una vida que priorice el ser frente al tener; por el cultivo de la interioridad, del silencio y la soledad que nos nutren; por el vínculo fraternal y sanador con la naturaleza y con todo lo que está vivo.