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LA MIRADA DE LA SEMANA
Ana Rubio
Una conversación recurrente: la vivienda
PUBLICADO

24 de marzo de 2025

Me resulta curioso, y hasta cierto modo inevitable, que en cualquier conversación con amigos o familiares jóvenes, salga siempre la vivienda como tema de conversación. Es un asunto que en general, preocupa a nuestras generaciones y que, desgraciadamente,  parece no tener una solución cercana. Ya no es noticia que en los últimos años el alquiler no ha parado de subir, especialmente en las grandes urbes como Madrid o Barcelona. Los titulares se llenan de cifras alarmantes, pero para quienes viven esta realidad, las cifras son mucho más que eso: son barreras que limitan nuestros proyectos de vida.

Uno de los factores clave que explican esta crisis es la precariedad laboral. A pesar de que nuestra generación ha alcanzado niveles de formación académica sin precedentes, en España los contratos temporales, los salarios bajos y la inestabilidad laboral siguen siendo la norma para la mayoría de los millennials. Esta situación no solo limita nuestra capacidad de ahorro, sino que también pone enormes trabas al acceso a una vivienda digna. En consecuencia, otros hitos vitales, como formar una familia, quedan retrasados o, en muchos casos, descartados.

Llegamos a un punto en la vida en el que nos gustaría dejar atrás ciertos compromisos que parecían temporales, como pegar un cartel en el frigorífico para organizar turnos de limpieza con compañeros de piso. La idea de buscar pareja solo para “compartir gastos” también resulta desalentadora, pero en muchas ocasiones se convierte en una necesidad práctica más que emocional. Esto se vuelve aún más complicado cuando trabajas en una ciudad donde alquilar un estudio sin habitaciones, en un barrio alejado del centro, puede superar el 60% de tu sueldo. En estas condiciones, vivir solo no es un lujo, es prácticamente un sueño inalcanzable.

Mientras tanto, las medidas gubernamentales destinadas a disminuir esta crisis de vivienda han resultado, hasta ahora, insuficientes. Bien sean enfocadas al alquiler o a la compra, muchas veces se perciben más como estrategias políticas para ganar votos que como soluciones reales para la población. ¿De qué sirve anunciar ayudas al alquiler si estas solo aplican a pisos que cuestan 1.200 euros al mes? Es cierto que suelen ser de obra nueva, con pistas de pádel y piscina, pero ¿es esto lo que realmente necesitan los jóvenes? Lo que se busca no son lujos, sino viviendas de 1 o 2 habitaciones, funcionales, dignas y, sobre todo, asequibles.

En cuanto a la compra, el panorama no mejora. Las viviendas de protección oficial, en teoría accesibles, exigen una entrada inicial de miles de euros que resulta imposible de ahorrar tras años de pagar alquileres desorbitados. Al final, lo que debería ser un apoyo para empezar una vida independiente se convierte en una meta inalcanzable para la mayoría.

Esta crisis de vivienda no es solo una cuestión económica; afecta profundamente la estabilidad emocional y el bienestar de toda una generación. La incapacidad de planificar a largo plazo, de formar una familia o incluso de disfrutar de la privacidad de un espacio propio tiene consecuencias más amplias que deberían ser tomadas en serio.

Es por eso por lo que me parece urgente repensar las políticas de vivienda para que estas respondan a las verdaderas necesidades de las personas y no solo a la lógica del mercado. 

A pesar de este panorama desalentador, no todo está perdido. Cada vez son más las voces que exigen un cambio real, desde movimientos ciudadanos hasta iniciativas cooperativas que buscan nuevas formas de acceso a la vivienda. En distintas ciudades ya se están explorando alternativas como los modelos de cesión de uso, el impulso a la vivienda pública o regulaciones que prioricen el derecho a un hogar por encima de la especulación. Si algo ha demostrado nuestra generación es su capacidad de adaptación y lucha, y aunque el camino es complejo, la presión social y la voluntad colectiva pueden marcar la diferencia. La vivienda digna no debería ser un privilegio, sino un derecho alcanzable, y no debemos dejar de reclamarlo hasta que así sea.

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