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LA MIRADA DE LA SEMANA
María José Jiménez Noguera
Tú me importas
PUBLICADO

14 de abril de 2025

Hacía varios días que mi hermana había ingresado en oncología de un hospital sevillano. Su pronóstico era muy grave. Las metástasis del cáncer habían acampado a sus anchas por los intestinos impidiéndole comer y beber.

Aquella mañana de sábado, lloraba desconsoladamente. Las lágrimas que resbalaban por su rostro, no se debían al dolor provocado por su enfermedad sino porque su hija se casaba ese día y ella no estaría presente para acompañarla.

Al ver el estado en el que se encontraba, las enfermeras se compadecieron y fueron a hablar con los médicos. Minutos más tarde, uno de ellos se dirigió a la habitación y tomándola de la mano le dijo: “En este hospital, hay enfermos, médicos, enfermeras, celadores…muchas personas, pero, ante todo, somos una familia. Por ello vamos a hacer todo lo posible para que vayas a la boda de tu hija”.

Entre bromas y risas, como si de las mejores estilistas se trataran, las tres enfermeras, comenzaron a prepararla para la boda. Una, cepillo en mano, acicaló su cabello, otra, con un neceser, se dedicó a maquillarla enmascarando la rojez por su llanto y, por último, otra le puso el vestido que se había comprado semanas antes y que un nieto se apresuró a llevarle. ¡Ya estaba lista! Ver su semblante de felicidad, mientras la despedían, era la mejor de las recompensas para una planta que se había volcado en cumplir su sueño.

Poco antes del mediodía llegó a la iglesia y situada tras una columna, aguardaba, expectante, la llegada de su hija. Con paso regio, mientras de fondo sonaban los acordes de la marcha nupcial de Mendelssohn, la novia avanzaba hacia el presbiterio ajena a todo cuanto se había fraguado en el hospital. Cuando llegó a la altura donde se encontraba su madre, sus miradas se cruzaron y rompiendo el protocolo ceremonial, se apresuró hacia ella para comprobar que era verdad lo que veían sus ojos. Por unos segundos, ambas se estrecharon emocionadas en un largo abrazo con sabor a eternidad.

Durante el convite, como prometió al médico, no comió ni bebió, tan sólo de vez cuando mojaba sus labios con hielo para hidratarlos y ¡qué bien le supo! Rodeada del amor de sus hijos y nietos, no necesitaba nada más.

De noche, como princesa de cuento cuyo hechizo se desvaneciera por segundos, regresó al hospital. Y henchida de felicidad, se quedó dormida con una sonrisa en los labios.

En esta experiencia, las enfermeras y los médicos, pudieron hacer algo para contribuir a la felicidad de una persona en un momento crucial y lo hicieron. Todos y todas tenemos también esa posibilidad cada día, basta que nos arremanguemos y tengamos una actitud de ayuda y de cuidado hacia quienes nos rodean. Como dice la madre Teresa de Calcuta: “Que nadie se acerque a ti, sin que al irse se sienta un poquito mejor y más feliz”

Yo no puedo quitar tu dolor, pero puedo aliviarlo.

Yo no puedo recorrer el camino por ti, pero puedo acompañarte.

PORQUE TÚ ME IMPORTAS

34 91 725 95 30