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La familia, un entramado educativo
PUBLICADO

27 de septiembre de 2024

La familia es un entramado de relaciones educativas que nos ayudan a ser mejores personas, capaces de dar y acoger, de seguir creciendo. Mar y Sebas salen y entran en la conversación con cariño y lucidez, como abrazando las palabras

L: ¿Cómo empieza vuestra historia?

M y S: Nos conocimos por amigos y, un día, nos planteamos nuestro noviazgo. Fue un acto serio, aunque éramos muy jóvenes. Yo, desde un pueblo de Albacete, y Mar, desde Madrid. Lo teníamos claro: una relación con un horizonte largo, toda la vida, y conscientes de que, en la distancia, nuestro plan podría no funcionar. Pero apostamos por ello y empezamos escribiéndonos cartas, muchas cartas.

L: ¿Cómo se lleva una relación a distancia?

M y S: El hecho de querernos muchísimo y la afinidad espiritual que alimentábamos nos mantuvo. A pesar de sus obvios inconvenientes, la distancia facilita una relación profunda, por ejemplo, con conversaciones al teléfono de horas que te permiten “ir a dentro”.

L: No caminabais solos.

M: Querer construir una vida con alguien hasta el final de sus días implica enormes retos. Hay que formarse y, para, ello ha sido clave caminar con otros novios y matrimonios. Aprendes a compartir tus experiencias, a abrir tu corazón, a mostrar tus debilidades y dificultades... Vas tomando decisiones y conociendo bien al otro.

L: Creo que hay una palabra mágica que os acompaña.

M y S: ¡El cuidado!

M: La distancia obliga a cuidarte, a confiar en el otro y garantizarle que estamos bien, que no hay motivos para albergar miedos o sospechas. Hay que estar pendientes, cuidar los detalles, esmerarse en el respeto y captar sus prioridades. Una gran oportunidad educativa.

S: Durante el noviazgo, su empresa ofreció a Mar un voluntariado en Calcuta. Quería decir que gran parte de los meses de verano habríamos estado más lejos aún... Haber conocido anteriormente lo que suponía para Mar la perspectiva de ese voluntariado, me ayudó a comprender su decisión. Yo, en cambio, cada verano trabajaba en el pueblo, y en septiembre, en la vendimia, para ayudar a mi familia con los gastos académicos. Encontrar tiempo para nosotros era difícil, pero Mar lo facilitaba. No sólo eso, ella también comprendió mi elección de seguir en la universidad de Murcia en vez de trasladarme a Madrid, donde ella vivía.

L: Lleváis casados ya 12 años, ¿con qué retos laborales?

M: Antes de casarnos, mientras Sebas acababa el máster y las prácticas, empecé a trabajar en una consultora financiera con un horario muy exigente. La empresa me ofreció un proyecto en Brasil. Nos parecía el colmo: noviazgo a distancia, proximidad del matrimonio y… ¡Se nos pone el océano por medio! Confiamos al cielo lo que parecía un imposible. Apenas bajé del avión en Brasil, leo un mensaje de Sebas: “¡Me han contratado!”. Volví en Navidades y pusimos fecha a la boda. Regresé unos meses a Brasil y desde allí la organicé en parte ¡Increíble! Nos casamos. Tuve que despedirme del trabajo por sus horarios imposibles, pero, al abrir el ordenador, encontré la oferta de un banco precisamente en mi campo. Tres días más tarde ya trabajaba y ¡al lado de casa! Pronto quedé embarazada, y me costó decírselo al jefe. Poco después, mi banco se fusionó con otro y, al ser la última en llegar, me preparé para el despido. Pero no, me confiaron nuevas responsabilidades y he criado a nuestros tres hijos.

S: Paralelamente, llegó ese momento en el que te sientes quemado. Tenía que reinventarme y, a pesar del tiempo y los gastos, optamos por un máster. Un día, en el ascensor, me saltó el evangelio del día en el móvil: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. Yo estaba por los suelos, así que ¡rescátame! Ese día, en una reunión, entendí que llegaba mi despido: era un regalo. ¡Se me iluminaron los ojos! Habría presentado mi dimisión sin nada en la mano y, en cambio, me iba con la indemnización. 

M: ¡Esto fue un mes antes de que naciera nuestra tercera hija! Nos abrazamos; yo lloraba, lo veía todo negro..., pero ese pasaje del evangelio era muy llamativo y me anclé en él.

S: Terminé el máster disfrutando con Mar de su baja de maternidad y del nacimiento. Luego vino la búsqueda de un nuevo empleo... y una coincidencia con matiz poético: nos incorporamos a nuestros respectivos trabajos el mismo día. ¡Una baja juntos y, además, con indemnización!

L: ¿Os ha tambaleado la fe?

M: Con la venida de nuestra segunda hija. Al séptimo mes del embarazo, se detectó un crecimiento anómalo: una “sospecha de síndrome de Down” que se confirmó. Fue un duelo real, como si perdieses un hijo (el que soñabas) y naciese otro. Y hay que llorarlo y aceptarlo. Para Sebas fue más rápido. Yo llevaba la niña dentro, notaba sus pataditas... Cuando salimos de la ecografía, el abrazo intenso de Sebas, y su “estoy aquí”, me transmitía confianza. Siguieron muchas conversaciones, de esas en las que o te distancias o te unes aún más. Un aprendizaje profundo...

S: La llegada del Loreto supuso la ruptura con el esquema de familia perfecta, hijos perfectos, la felicidad que imaginábamos... Una metamorfosis. Lo mostramos en nuestra cuenta de Instagram @missloreto: “con los pies en la tierra y la mirada en el cielo”. Es ese punto de realidad que te hace decir: me ha tocado a mí, es lo que hay. Pero con la mirada en el cielo: Dios nos acompaña. Conciencia y confianza. Ahora, con perspectiva, nos gusta más nuestra familia con Loreto. La hace más especial.

L: Competitividad laboral y vulnerabilidad en la familia. 

M: El trabajo va haciéndose más exigente; luego viene un hijo, luego otro... te adaptas paso a paso; mejor dicho, te dejas educar y romper por la vida misma.

L: Los “tiempos de calidad” en la familia son una necesidad absoluta y una dificultad objetiva.

M: Es un aprendizaje. Cuando tu prioridad es el otro, tu matrimonio, buscas los tiempos sin dejarte acorralar por otras cosas. Alguien nos aconsejó tomarnos un día a la semana, un fin de semana al mes o una semana al año. Luego, quizás, te quedas con un día al mes, pero es una inversión. A veces lo tenemos difícil, pero hay que dejarse ayudar y ayudar a otras parejas. Se educa y se aprende. Si un matrimonio siente que algo no está funcionando en su vida afectiva, algo falla en la comunicación de la pareja. Porque la afectividad es el inicio, pero también el fin. Yo necesito sentirme amada durante el día, encontrar el lavaplatos vaciado o la compra hecha. Estas cosas muestran el amor y hacen que, quizás después, se manifieste en mí el deseo de donarme.

S: Este tiempo de intimidad, compartiendo experiencias espirituales o recogiendo nuestras emociones, hay que hacerlo también con los hijos. En un viaje, mientras, contemplábamos de noche la inmensidad del mar, nuestra hija de 4 años interrumpió la magia: “Vamos a dar gracias a Dios por este viaje, por esta familia”. Al año siguiente, repasando fotos, la pequeña saltó con “aquí rezamos, aquí dimos gracias a Dios...”.  Nos dejó sin palabras. Cuidamos espacios cotidianos, como la cena, para compartir lo vivido: “¿cómo te has sentido cuando te han pegado?”. También, a veces, rezando juntos.

L: ¿Y las relaciones intergeneracionales?

M: Los niños aprenden muchísimo de los abuelos, escuchan experiencias que tampoco nosotros hemos vivido, pero, sobre todo, se relacionan con su vulnerabilidad. Hace poco murió mi abuela, su bisa, con 98 años. La cercanía a esa fragilidad tan enorme y tan distante para un niño, a veces con miedo, es formativa para la mayor certeza que tenemos en la vida: que todos vamos a morir. Pasaban y le daban un beso. ¡Una escuela de vida!

Revista
Este artículo sale publicado en el número 3 de la revista LAR, puedes suscribirte y recibirlo en tu casa y ver el pdf
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