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El misterio de Bruckner
PUBLICADO

12 de julio de 2024

Se celebra en este año el segundo centenario del nacimiento de uno de los músicos más paradójicos de la historia: Anton Bruckner

De carácter tímido, inseguro y fervientemente religioso, su música, a partir de sencillos elementos sonoros, se convierte en auténticos monumentos musicales con connotaciones místicas.

Bruckner nace en un pueblecito austriaco (Ansfelden) en el año 1824, tres años antes de la muerte de Beethoven. Comienza sus estudios musicales de forma autodidacta, si bien luego los completa en San Florián, Linz y Viena. Reputado organista se examina (¡a los treinta y cuatro años!) de teoría musical en Viena, con un tribunal que reconoce que era él quien tenía que estar examinándolos. Después continúa estudiando latín, teología, filosofía, física y, por supuesto… música.

A los 40 años escucha una interpretación de la ópera Tannhäuser de Wagner y es entonces, cuando la admiración por Wagner transforma su vida. Bruckner incorpora a su obra el estilo melódico y la gran orquesta wagneriana, pero… sin hacerle perder su originalidad.

El órgano forma parte de su vida y es su sonido el que intenta trasladar a su sinfonismo, con una disposición orquestal que evoca con frecuencia al equipo registral del órgano

Bruckner no es como Brahms lo juzgaba: un pobre loco que las sotanas de San Florián tienen sobre su conciencia. Al legado de Schubert, de Beethoven, a la influencia de Wagner y a la inspiración religiosa añade una orquestación muy original, una lujuriante vegetación melódica que se extiende hacia el infinito, el dominio polifónico y la ambigüedad modal; especialmente en su incompleta Novena sinfonía. Bruckner, siendo un conservador, llega al final de su vida con una composición cuya tonalidad se deshace entre las manos…

Nadie creería en el talento de Bruckner considerando su personalidad. En su vida destacan anécdotas como la moneda que dio a un director de orquesta para que se tomara una cerveza o el puro que llevó como obsequio al emperador Francisco José. Estas anécdotas ilustran su extraordinario candor, bondad y torpeza. Con una gran timidez e inseguridad, la influencia externa (e interna) fue causa de múltiples revisiones en sus obras.

Sin embargo, la música de Bruckner es profunda, grave, majestuosa. La primera vez que se escucha a Bruckner podría dar la impresión de que todas sus sinfonías son iguales. Nada más lejos de la realidad. Puede que parta de planteamientos similares, pero en su obra, la distancia entre su Primera y su Novena sinfonía es enorme. Casi siempre un mismo planteamiento en el que, partiendo de la nada, sus sinfonías cobran vida y se elevan hasta un clímax atronador que inunda cualquier rincón en el que se encuentre el oyente.

Toda la obra de Bruckner está inundada por su profunda religiosidad. Sus interminables desarrollos, casi místicos, parecen referirse a un infinito metafísico, un infinito en el que el hombre se encuentra con el Creador.

Casi toda la obra de Bruckner fue repudiada en su tiempo. En los estrenos de algunas de sus sinfonías los oyentes desaparecían de las salas de conciertos. No fue hasta su Séptima y su monumental Octava sinfonía cuando comenzó a ostentar los favores del público.

Hoy, su obra es cada vez más escuchada y comprendida, e interpretaciones como las dirigidas por Celibidache ayudan a profundizar en la naturaleza mística de su música.

Bruckner dejó inacabada su Novena sinfonía, la dedicada al amado Dios, donde, sin proponérselo, nos abre las puertas a la nueva música que estaría por llegar en el siglo XX.

Revista
Este artículo sale publicado en el número 2 de la revista LAR, puedes suscribirte y recibirlo en tu casa y ver el pdf
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