Iniciar sesión
Debe iniciar sesión para poder comprar libros y acceder a la información para suscriptores de la revista LAR.
Mail*
Contraseña*
¿Aún no tienes cuenta?
Regístrate y crea una cuenta
¿Olvidaste tu contraseña
Mail*
Le enviaremos un correo electrónico para restablecer su contraseña.
Eduardo Chillida
PUBLICADO

27 de septiembre de 2024

En el centenario de Eduardo Chillida, recordamos su legado celebrando unas esculturas en las que la naturaleza habla a través del silencio

El pasado 10 de enero se celebró el centenario del nacimiento del escultor vasco Eduardo Chillida, (San Sebastián, 1924-2002), uno de los artistas españoles más universales e influyentes del siglo XX. La Fundación Eduardo Chillida - Pilar Belzunce, ha organizado varias exposiciones tanto en España como en el extranjero, además de publicaciones, audiovisuales y proyectos educativos y académicos, que nos aproximan a las diferentes facetas del artista. 

Como lema del centenario se ha elegido el título que Chillida dio a una serie de esculturas que realizó entre 1964 y 1974: “Lugar de Encuentro”.  Con este título también se hace referencia a las obras del artista situadas en espacios públicos de ciudades como San Sebastián, Madrid, Valladolid, Palma de Mallorca, Barcelona, Berlín, Frankfurt, Helsinki, Dallas o Washington. Son “lugares de encuentro” para el público que muestran a Chillida como creador de espacios para el diálogo y la convivencia. Conceptos como la paz, la tolerancia, la libertad, son tratados con un lenguaje escultórico abstracto que busca respuestas a cuestiones universales.

Mientras algunas de estas esculturas se levantan en plena naturaleza, como el Peine del Viento en San Sebastián o Elogio del Horizonte en Gijón, mostrando la fuerza del mar y el viento, otras en medio de las ciudades representan la convivencia entre culturas y religiones como el Monumento a la Tolerancia en Sevilla, o el homenaje a su tierra y sus antepasados en Gure aitaren etxea (La casa de nuestro padre) y Estela de Gernika, etc.
Chillida nació en San Sebastián en 1924, iba para portero de fútbol de la Real Sociedad, pero una lesión lo alejó de este deporte. En 1943 inició sus estudios de arquitectura en Madrid, que abandonó cuatro años después para dedicarse al dibujo y la escultura. Poco después se trasladó a París y realizó sus primeras obras en las que se ve la influencia de la escultura griega arcaica, y también de algunos artistas contemporáneos, como Henry Moore en el tratamiento de espacio y del volumen. No fue fácil su estancia en la capital del Sena, que la definió como una etapa de búsqueda, incluso de fracaso.

En 1951 regresó al País Vasco, a Hernani y allí descubrió el trabajo del hierro modelado en la fragua con el calor del fuego y la creación del espacio forjado en el yunque. El fuego y el propio material condicionarían su labor como escultor. El artista decía que el hierro contaba con su propia música, un sonido que se producía en la forja gracias al yunque, el fuelle y el martillo. A partir de ese momento su obra cambia totalmente. Los temas de su escultura ya no son los convencionales. Chillida explica que su evolución se debe a su interés por la cultura vasca, por los materiales y técnicas populares, por el trabajo artesano de la madera y el hierro. Rumor de límites, Yunque de Sueños, Ilarik son algunas de las obras de este momento. Desde entonces da la máxima importancia a la capacidad expresiva de la materia prima y a la reflexión sobre el espacio interior del que surgen las formas.

A raíz de un viaje a Grecia, queda impresionado por los efectos de transparencia del mármol en algunas esculturas clásicas, lo que él llama la “luz blanca” del Mediterráneo, y descubre que no es la suya, sino que él pertenece a la “luz negra” del Atlántico. Empieza así sus investigaciones sobre el papel de la luz en la escultura. En la serie “Elogio de la luz” busca en el alabastro, que deja pasar la luz que procede del interior de la materia, una luminosidad opaca, empañada por depósitos minerales, como la luz negra del País Vasco.

El escultor habla de la importancia de pertenecer a un territorio: “…Lo ideal es que seamos de un lugar. Pero que nuestros brazos lleguen a todo el mundo, que nos valgan las ideas de cualquier cultura… y yo aquí, en mi País Vasco, me siento en mi sitio… y como soy de aquí, esa obra tendrá unos tintes particulares, una luz negra que es la nuestra”. Sin duda Chillida, ha llegado con su obra a abrazar todo el mundo, sus esculturas están en los museos más prestigiosos y forman parte del paisaje de algunas ciudades. 

Pero es en el Museo Chillida Leku, el proyecto personal del escultor, donde se cumplieron sus sueños. El artista buscaba un “lugar” (en euskera, leku), para sus obras, donde las generaciones futuras pudieran conocer y experimentar su arte en un emplazamiento inigualable. Él mismo dijo: “Un día soñé una utopía: encontrar un espacio donde pudieran descansar mis esculturas y la gente caminara entre ellas como por un bosque”. El Museo está situado a las afueras de Hernani, muy cerca de San Sebastián, el escultor y su esposa, compraron la casa y sus terrenos adyacentes en los años 80 y durante más de quince años trabajaron en este proyecto. El Caserío Zabalaga, situado en el centro del recinto, es una construcción tradicional vasca del siglo XVI. Chillida lo respetó al máximo en su exterior, pero vació su interior, convirtiéndolo en un espacio escultórico que contiene las  obras de menor tamaño, así como dibujos y sus esculturas en papel denominadas “gravitaciones” y que, frente a las obras de carácter monumental, eran para el escultor su “música de cámara”. Al visitar el museo nos encontramos en un entorno mágico, donde la naturaleza habla a través del silencio y casi medio centenar de esculturas de gran tamaño responden a los interrogantes del escultor y a la vez nos interpelan.

Revista
Este artículo sale publicado en el número 3 de la revista LAR, puedes suscribirte y recibirlo en tu casa y ver el pdf
34 91 725 95 30