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articulo

TEOLOGÍA

Luciano Verdú

¿Venimos de Dios o del mono?
Con esta pregunta contundente me sorprendió un sobrino mío de siete años, un día que fui a comer a casa de mi hermano. El crío acababa de volver del colegio y aún llevaba su mochila a la espalda. Supuse que habían tratado el tema en clase de religión. «Interesante pregunta –dije–, pero te respondo después de comer». Necesitaba ordenarme las ideas. Al terminar de comer, le pregunté si tenía plastilina. Me trajo de dos colores. Entonces me senté delante de él con la solemnidad del brujo de una tribu y empecé a modelar la plastilina. Con un color hice un pececillo, un ave, un perro y un hombrecito. Fui poniendo las figuritas delante de mi sobrino mientras él seguía con curiosidad la operación. Con el otro color hice primero un pez y se lo enseñé. Luego lo fui modificando hasta que me salió un ave. A continuación redondeé la bolita y le saqué cuatro patas y rabo: un perro. Por último, volví a modelar la misma bolita poniéndole brazos y piernas: un hombre. Entonces le pregunté al chico: «¿Qué procedimiento te ha gustado más?» «El segundo. ¡Es genial!». «O sea, que si tu fueses Dios –empecé a argumentar– y tuvieras que formar seres cada vez más perfectos, ¿preferirías hacerlos de uno en uno o te parecería más sabio crear una materia “inteligente” capaz de mutar por sí sola desde un ser más imperfecto hasta el más perfecto?». Me esperaba su respuesta: «Sería mejor lo segundo. Y si yo fuera Dios, me divertiría mirando y diría: ¡qué bonito!». Entonces empecé con los argumentos teológicos adaptados a su entendimiento. «Dice la Biblia que Dios creó el mundo en seis días, o por grados, diríamos hoy. En los dos primeros días preparó el medio ambiente, o sea, el cielo, la tierra y las aguas. El tercero, llenó la tierra de vegetación. El cuarto, encendió el sol y la luna. El quinto, creó los animales del mar y del cielo. Por último, el sexto, creó los animales de la tierra y el hombre. Pero al crear al hombre se entretuvo un poco más, como si estuviera realizando una obra maestra. Le sopló su espíritu y dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. Y dice la Biblia que a Dios le pareció hermoso». «Entonces –me preguntó mi sobrino–, ¿cómo lo hizo Dios, de la primera o de la segunda forma?». Después de haber modelado las figuras de plastilina, esta pregunta también me la esperaba. «Bueno –respondí–, yo creo que de las dos. En el momento en que tuvo en su mente cómo iban a ser cada uno de los vegetales y animales, utilizó el primer método. Pero como luego dejó que la materia siguiera sus propias leyes, entonces usó el segundo, que se llama evolución. Cuando la Biblia dice que creó plantas y animales, “cada uno según su especie”, nos lleva a pensar en el primer método; pero cuando describe la creación en seis tiempos, entonces piensas en la evolución». «Se parece a las cajas chinas –dijo mi sobrino–, que están unas dentro de otras: en el hombre están los demás seres». Sin darse cuenta, había captado una verdad fundamental. Lo esencial no es que el pez se convierta en hombre, sino que en el hombre están contenidos el pez, el ave, el perro, el mono... y todo lo demás.



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