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Consecuente día a día

María Vicente

Nací en Murcia. Fui la primera y única hija de mi madre y la cuarta de mi padre.
Ambos eran viudos, se casaron y llegué yo. Cuando tenía 5 años murió mi padre y poco tiempo después nos quedamos solas en casa mi madre y yo. En mi adolescencia fui bastante rebelde, casi siempre con mi madre. Tenía ya 15 años cuando a mi madre le diagnosticaron cáncer de mama. Al principio no quise saber nada, pero poco a poco me fui implicando más y trataba de ser amable con ella, aunque me costara aceptar la situación. Todo ese tiempo tuve mucho apoyo de mi familia y de los jóvenes del Movimiento de los Focolares con los que comparto mis experiencias de vida siguiendo a Jesús. En 2005 mi madre se fue al Cielo. En sus últimos meses de vida me di cuenta de que tenía que aprovechar el tiempo que tenía por delante para estar con ella y amarla concretamente, dándole ánimos y alegría, estando atenta a cada cosa que necesitaba, y también salir de mí misma para manifestarle mi afecto, aunque me costara hacerlo delante de los demás. Era una manera de que no se preocupara por mí, porque me tenía que hacer mayor y estaba segura que Dios guiaría mi futuro. Las últimas semanas fueron de una autenticidad y un amor muy grandes, y entre mi familia y todos los amigos que estaban cerca vivimos la herencia de Chiara: “ser una familia”. Cuando murió, sentí que para poder seguir adelante tenía que decir “sí” a Jesús en lo que él quería de mí en ese momento, aunque no lo entendiera. Ahora mi relación con ella es muy cercana y me acompaña continuamente. En estos últimos años ha habido momentos importantes que me han ayudado a comprender que en el primer lugar de mi vida debe estar Jesús. Una de las experiencias más enriquecedoras ha sido vivir varios meses con personas de todo el mundo en Loppiano, una ciudadela del Movimiento de los Focolares donde se trata de vivir la espiritualidad de la unidad, amando las 24 horas del día. Vivía con una china y casi no nos entendíamos. Se puso enferma y junto a otra chica de India tratamos de servirle, llevarle la comida, hacerle la cama, acompañarla para que no se sintiera sola... Se creó una relación profunda pese a tener culturas tan distintas. Lo que voy experimentando con el tiempo es que para ser una verdadera cristiana debo ser consecuente cada día en las situaciones que vivo. Ahora vivo en Madrid, donde estudio psicopedagogía, y trato de ser acogedora con cada persona, viendo a Jesús en ella, como si fuera de mi familia. Creo que todo se puede superar si se hace por amor, aunque te cueste. Por ejemplo, recoger un papel del suelo, aprender los nombres de la gente para saludarlos cuando los veo, ir a misa en la capilla de la facultad superando la vergüenza... Cada día tengo que ir a misa y hacer un rato de oración, no porque me sienta obligada, sino porque me llena y me ayuda a ver a Jesús en los demás para poder seguir amando. Jesús va creciendo en mí cuando vivo así. Este verano, casi de repente, falleció una de mis tías, misionera carmelita. Fue duro y fuerte para toda la familia, pero personalmente sentí que su muerte me estaba interpelando para que cogiera su herencia y así dar la vida por los demás, vacía de mí misma para dejar que Jesús viva en mí.



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