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Actos de valentía

Lucía Pérez Miranda, Marta Aguado

No tener miedo de hacerse las preguntas difíciles, aunque se necesite tiempo, cuidado y discernimiento para encontrar las respuestas adecuadas. 


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Ante el esfuerzo necesitamos un para qué
Marta: ¿Merece la pena el esfuerzo? Lo primero que podemos pensar es: claro que merece la pena. Siempre se ha dicho que todo esfuerzo tiene su recompensa. Sin embargo, es en los momentos más difíciles, en los que se necesita el máximo esfuerzo, cuando nos empiezan a entrar las dudas; a mí la primera. Pero piensas: No, ahora no puedo pensar en eso, no puedo distraerme… Y lo vamos posponiendo indefinidamente. Por eso, después de haber pasado la recta final del curso, toca pararse a reflexionar, toca enfrentarse a esas preguntas que tanto nos incomodan. Horas y horas de estudio o de trabajo, ¿para qué?, ¿por qué? 
No podemos vivir por inercia, hacer las cosas porque tocan, vivir sin un rumbo, sin un sentido o con un sentido banal; necesitamos algo más, tenemos sed de algo que nos llene de verdad. Porque se puede vivir de ese modo temporalmente, pero tarde o temprano se toca fondo. 
Me he dado cuenta de que el tener una motivación y un sentido, la forma con la que afrontas las dificultades marca muchísimo la diferencia; te impulsan a seguir adelante cuando piensas que no puedes más. Por el contrario, si no tenemos un sentido por el que esforzarnos, llegará un momento en el que no podamos más. 
Necesitamos un para qué. Muchas veces la vida nos presenta dificultades y, si no tenemos la meta clara, podemos perdernos por el camino. No es fácil establecer la meta que queremos alcanzar. Hay que realizar un discernimiento, que no es ni mucho menos inmediato, pero sin duda vale la pena realizarlo. Puede ayudarnos establecer metas a corto plazo, que además nos motivan a seguir adelante, a por la siguiente.
Por otro lado, también hay que tener en cuenta la magnitud del esfuerzo que tenemos que realizar para lograr ese objetivo. Conviene realizar un balance entre el esfuerzo que se necesita y el objetivo que queremos lograr, y ver si realmente merece la pena, porque nuestro tiempo es muy valioso y no podemos permitirnos invertirlo en algo que no lo merece. 
En mi caso, en esta última etapa del curso, he tenido un poco de todo. Ha habido momentos de confianza y satisfacción al ver los frutos del esfuerzo; pero también de incomprensión, de sentir que no podía más. Estos últimos, los más duros sin duda. En ellos, me surgían muchas preguntas. En parte, creo que porque mi mente estaba tan saturada que pensaba en cualquier otra cosa con tal de no estudiar más. Pero gracias al apoyo de las personas más cercanas he podido seguir adelante. He conseguido cambiar mentalidad e intentar ir a por todas.
Antes de ponerme a estudiar por las mañanas, me ayudaba mucho empezar el día ofreciendo mi estudio y esfuerzo: que mis horas de estudio sean de verdad horas de oración. Y poniéndolo todo en manos de Jesús y de nuestra Madre, la verdad es que el peso se hacía mucho más ligero: yo hacía lo que podía y ellos hacían el resto. Todos tenemos unos límites, y donde no llegamos nosotros, lo he experimentado, llegan ellos. 
Segundas oportunidades
Lucía: En mi anterior artículo hablé sobre las personas de las que tenemos que rodearnos: las personas vitamina, esas que están presentes tanto en los buenos como en los malos momentos de la vida. A veces, por circunstancias de la vida, hay que separarse de ellas y, pasado un tiempo, más allá del rencor, te replanteas si habría que darle una segunda oportunidad. Este es mi tema. 
Soy una persona que sí creo en las segundas oportunidades, aunque también me parece que depende, porque cada relación/amistad es un mundo y cada vínculo tiene su historia. Este año 2023 me lo ha enseñado en distintos ámbitos. 
Creo en las segundas oportunidades que son a largo plazo, es decir, la gente no puede cambiar en un mes, porque las relaciones se tardan en construir y cuestan. También depende mucho del interés de la otra persona, si ves que para estar contigo (en cualquier aspecto) no se esfuerza en verte, ni en darte un mínimo de atención, no es ahí. Por supuesto, creo en las segundas oportunidades, pero no en las terceras ni cuartas, porque si la persona que te ha fallado sabe que ya te ha hecho daño y te lo vuelve a hacer, se trataría de dar más oportunidades donde no las hay. 
Todo el mundo puede equivocarse, porque somos humanos; nadie es perfecto ni ha nacido sabiendo absolutamente todo. Es necesario vivir, experimentar, caerse para aprender a levantarse y hacerlo mejor en esa segunda oportunidad, porque confío plenamente en que si algo o alguien es para ti, terminará encontrándote. Todos volvemos a aquel lugar que nos hace felices, ya que pudo ser la persona pero no el momento. Ahí es cuando hay que escuchar al corazón (sin olvidarse de la mente), porque es el único que te puede decir cuándo sí y cuándo no.
El hecho de saber pedir perdón y saber perdonar creo que es uno de los mayores valores que alguien puede tener. Al igual que esa persona lo intenta, también a ti te gustaría tener otra oportunidad. Creo que no hay nada más reconfortante que saber perdonar; es lo que nos fortalece.
Entonces, después de esta reflexión, a aquellas personas que estáis dudando si darle o no a alguien esa segunda oportunidad, reflexionad sobre el bien que os hace esa persona y si merece la pena; porque cuando dos personas se esfuerzan en querer arreglar algo, se puede; aunque algo se haya roto, volver a construirlo no es un problema.




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