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Qué mundo en 2022, retos y oportunidades

Pasquale Ferrara (1)

Cuando la humanidad se enfrenta al dolor y los antagonismos, ya no es tiempo de «diplomacia vacía» ni «buenos modales», ha dicho el papa Francisco. La fraternidad como «amistad social» es necesaria en la política internacional, basada en la justicia, la reducción de desigualdades, el desarrollo humano, la seguridad social y medioambiental. El futuro está en cinco palabras: paz, personas, planeta y prosperidad compartida. 


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UN MUNDO FORMADO POR HOMBRES, NO POR DOGMAS
Basta de geopolítica. El mundo no puede ser moldeado por los dogmas de las relaciones internacionales. Tras dos años de pandemia, en los que han saltado por los aires los teoremas sobre cuánto influyen los factores geográficos en las políticas de los Estados, ¿es posible entender (no solo explicar) cómo está cambiando el sistema internacional, si es que todavía existe un sistema coherente? Algo está claro: la globalización ha entrado en una fase crítica. Hoy se percibe como la exportación de un determinado modelo económico y político a amplias zonas del planeta, y se cuestiona porque no es universal, inclusiva, equitativa. 
La estructura de las relaciones internacionales es muy frágil, con el trágico recurso a la guerra como instrumento político aceptado. El gasto militar mundial sigue disparándose, cuestión crítica de las prioridades internacionales. Un verdadero cambio de rumbo sería lograr que la política abandone la guerra internacional encubierta y se ocupe del bienestar global. Se habla de que estamos retrocediendo al sistema internacional puro (acciones y reacciones, equilibrio entre potencias) en lugar de progresar como sociedad internacional con normas y objetivos compartidos. También se habla de un retroceso al soberanismo contra la cooperación y de la rivalidad por acaparar la hegemonía en las relaciones internacionales. 
Todo esto parecería un descalabro, pero puede obligarnos a dar un giro decisivo ya que se hace necesario un ejercicio de democracia deliberativa global, con foros verdaderamente representativos, fuera de los círculos exclusivos de expertos y tecnócratas.
 
NUEVA ONU: ESTADOS, CONTINENTES, PUEBLOS, CIUDADANÍA 
Lo que hay que transformar es el actual multipolarismo en multilateralismo2. La Organización de las Naciones Unidas, una institución internacional por estatuto y vocación, tiene una Asamblea General que representa democráticamente a todos los Estados del mundo, cada uno con un voto, independientemente de su demografía, su PIB o su poder militar. Pero tiene otro órgano, el Consejo de Seguridad, que es oligárquico, con cinco miembros permanentes con derecho a veto; países que, a excepción de China, ganaron la Segunda Guerra Mundial y para los que el mundo parece haberse detenido en 1945. 
¿Cómo se puede reformar este segundo organismo y corregir su asimetría estructural? Tendría que cambiar radicalmente, acogiendo la representación de todos los continentes, cuyos países a turno representen toda la Región. Así tendríamos una Asamblea General de los Estados del Mundo y un Consejo de Seguridad de las Regiones del Mundo. También se ha hipotetizado crear un tercer órgano, una especie de parlamento mundial electivo, pero configurarlo es evidentemente difícil.
 
CIUDADANÍA TERRESTRE
Hay otra cuestión que afecta a las personas antes que a los pueblos. Es la problemática sobre los migrantes y los refugiados, que se manifiesta en una cerrazón mental y física y en la militarización de fronteras terrestres y marítimas, a nivel de política local, nacional e internacional. Falta una visión de conjunto sobre esta gravísima cuestión, pero el problema no son los flujos migratorios, sino reconocer la misma condición humana compartida. Por ello, me atrevo a hacer una propuesta que podría considerarse provocadora o poco factible: ¿por qué no establecer, mediante convenio internacional, una ciudadanía terrestre? Esta obligaría a garantizar a toda persona los derechos fundamentales básicos y los gobiernos deberían elaborar sus políticas de migración y acogida de refugiados sobre esa base. Con esto responderíamos a las necesidades de un mundo que ya es transnacional. 
La demanda de seguridad y el miedo siguen siendo fundamentales en la política internacional. Me refiero a la seguridad humana, que va mucho más allá del concepto de defensa contra amenazas militares o paramilitares, como el terrorismo transnacional. La seguridad humana, vinculada al desarrollo humano sostenible, no es alternativa sino complementaria a la protección de los Estados y a la estabilidad de las Regiones. Incluye muchas dimensiones: desde proteger los derechos fundamentales hasta las amenazas crónicas como la seguridad alimentaria, la salud, la seguridad laboral, la coexistencia pacífica entre grupos étnicos y religiosos, la integridad medioambiental... Hoy la seguridad humana requiere ser interpretada de manera nueva, dada la estrecha vinculación entre el caos medioambiental, el terrorismo, la migración y la economía.
 
DE LA POLÍTICA MUNDIAL A LA POLÍTICA PLANETARIA 
Ningún nivel de la política puede concebirse hoy en día de forma aislada, ese el verdadero drama del soberanismo. Hay actualmente una fractura entre el estatalismo de nuestros sistemas políticos y la magnitud planetaria de lo que está en juego. El riesgo soberanista en la política internacional es que esta se reduzca a una especie de etnografía comparada, mientas debería evolucionar hacia una política panhumana, responsable no solo de las generaciones presentes sino también de las futuras. 
Estamos ante una enorme contradicción. Por un lado, la evolución del contexto internacional en términos de flujos, más que de realidades rígidas como son las fronteras y los territorios.  Son flujos financieros, migratorios, climáticos, digitales, biológicos, etc. que, por su complejidad y liquidez, ya no pueden ser gestionados por las estructuras rígidas. El mundo real está hecho de flujos y el mundo estatual (de los Estados) de territorios, y mientras la política internacional mantiene al Estado como punto de referencia, las nuevas guerras se basan en las redes (terrorismo, ciberguerra...). 
En las últimas décadas la reflexión política ha pasado de la idea de política internacional a la de política mundial, debido a que muchos otros actores han entrado en escena, como las organizaciones internacionales o las de la sociedad civil. Pero hoy todo esto está superado, nos encontramos ante una planetarización de las cuestiones políticas: la política ya no es sólo internacional, ni solo global, sino planetaria, y esto obliga a cambiar nuestras categorías de análisis.
Las instituciones internacionales no parecen estar a la altura del reto que plantea el Antropoceno3, por su incapacidad a concebir la historia política como una realidad vinculada al mundo natural y responsable ante las generaciones futuras. Preservar la integridad del medio ambiente no es un ejercicio ecológico, es una cuestión política y ética. Pero, en la práctica, la idea de justicia planetaria (que abarca la preservación de la biodiversidad) sigue luchando por abrirse camino.
 
ENTRE SOBERANÍA Y DEMOCRACIA PLANETARIA 
En el horizonte se delinean graves peligros, inclusive políticos. El riesgo es que se genere una soberanía planetaria sin una democracia planetaria, que tome pie una especie de «estado policial climático» que vuelva aún más tecnocrática y menos participativa la gobernanza de los fenómenos globales, sacrificando la libertad a la seguridad (incluida la seguridad climática), solo en clave territorial y soberanista. Se ha hablado, por ejemplo, del peligro de una «deriva ejecutiva», con gobiernos que actúan por decreto. Ahora bien, hay que evitar confundir el estado de alarma, que sirve para gobernar en períodos de crisis aguda sin alterar el sistema constitucional, con el estado de excepción, que suspende el orden constitucional. Respecto a estos retos, las dos preguntas básicas son: ¿cuánta seguridad consideramos suficiente en un mundo sin certeza absoluta de protección?, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar en términos de limitación de derechos y de libertad? La diferencia está entre orientarse a una democracia securitaria (en algunos casos pone entre paréntesis a la propia democracia) y una seguridad democrática (relativiza la opinión científica en favor de la opinión generalizada, privilegiando la producción, el consumo, la renta...). 
Tal y como están hoy las cosas ya no es suficiente una democracia decisoria; lo que se necesita es una democracia capaz de encontrar equilibrio entre competencia y representación. En cualquier caso, y por paradójico que parezca, proteger la salud, y en general la seguridad humana, no se puede buscar despolitizando las opciones estratégicas, sino repolitizando cuestiones solo aparentemente técnicas y ampliando el debate público informado, el compromiso social, la implicación en la toma de decisiones, la participación en la planificación y la ejecución.
Este objetivo funcionará no en virtud de una estrategia antagónica, sino poniendo en el centro no solo la dimensión de fraternidad universal, sino la de fraternidad creatural, un concepto de Francisco de Asís que incluye la creación y la naturaleza. Esa fraternidad podría definirse fraternidad planetaria. Asumir esta perspectiva es la única, y quizás la última, vía posible para una gobernanza mundial democrática, justa, equitativa y sostenible.
 
 
 

1 ) Diplomático, ex embajador de Italia en varios países, actualmente Director General de Asuntos Políticos y Seguridad del Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia. Profesor de Diplomacia en la Libre Universidad Internacional de Estudios Sociales (Luiss), Roma, y de Relaciones Internacionales e Integración en el Instituto Universitario Sophia, Loppinao (FI). Ensayista.

2 ) Multipolarismo: sistema de relaciones internacionales donde la toma de decisiones está en mano de varios centros de poder. Multilateralismo: cooperación entre países para alcanzar un objetivo común.

3) Antropoceno: cambio de estado del sistema Tierra debido a la actividad humana, cuyos efectos estructurales no han sido plenamente asumidos por las instituciones políticas.

 





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