Los deleites de la mesa son un bálsamo para el corazón. Sin embargo, el ayuno se practica desde tiempos inmemoriales.
Estamos hechos para la felicidad y, entre los consuelos de la vida terrena, los deleites de la buena mesa ocupan un puesto de honor. La cocina puede llegar a ser un arte, pero incluso cuando se prepara un plato humilde con cariño, éste se convierte en bálsamo para el corazón de quien lo degusta. Ya lo dice la Biblia: «Así que yo alabo la alegría, porque la única felicidad del hombre bajo el sol consiste en comer, beber y disfrutar…» . Pero, entonces, ¿por qué se practica el ayuno desde tiempos inmemoriales?
Se trata de un fenómeno común a muchas culturas. Los griegos de la antigüedad ayunaban para prepararse a celebrar los misterios de Eleusis; los egipcios, para celebrar los de Isis; los aztecas ayunaban igual que ayunan los aborígenes australianos; los indios de Norteamérica ayunaban en honor de un tótem y los pueblos africanos ayunan a pesar de la endémica escasez de comida. En las religiones primitivas el ayuno se considera como un medio para complacer a los dioses o una forma de prepararse para las ceremonias.
Hasta lo pragmáticos romanos practicaban el ayuno con ocasión de fiestas civiles o religiosas. Lo mismo hacían los seguidores del moderado Confucio, mientras que en el jainismo ayunar es uno de los medios principales que tiene el creyente para deshacerse de las pasiones. En el hinduismo y en el budismo, el ayuno es uno de los pilares de la vida espiritual. Los monjes budistas ayunan desde el mediodía hasta el amanecer del día siguiente y esa extraordinaria persona que fue Mahatma Gandhi practicó largos ayunos, que utilizó también como arma política. El sabio persa Zoroastro parece haber sido la única “oveja negra” de la antigüedad, ya que se declaró contrario a la abstención de la comida. No obstante, con el tiempo sus seguidores han incorporado algunos ayunos a sus prácticas religiosas.
Los seguidores del Islam se abstienen de comer y de beber desde el amanecer hasta la puesta del sol durante el sagrado mes lunar de Ramadán «en el que descendió el Corán para guiar a los hombres». Lo mismo hacen los judíos en el día de la expiación, el Yom Kippur. Su ayuno se extiende desde la puesta del sol hasta que aparecen las primeras estrellas al día siguiente. Según los teólogos de ambas religiones, el ayuno está íntimamente unido al destino humano. Para los musulmanes, las puertas del Cielo se abren durante una de las últimas noches del Ramadán, la noche del destino; para los hebreos, el perdón que Dios concede a los que se arrepienten sinceramente se ratifica en el Cielo durante Yom Kippur.