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Preferir al excluido en el día a día

Álvaro Pacheco, Covadonga Sánchez, María Chiara y Naroa Arnáiz, Marta Aguado

A lo largo del día pasan a nuestro lado muchas personas. No sabemos por lo que cada una puede estar pasando... dolores, incertidumbres, incluso tragedias. ¡Qué poco cuesta dar unos buenos días y cuánto bien puede hacer! Se trata de atreverse a mirar y... a cuidar.


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No podemos ir a nuestra bola

Álvaro: Normalmente solemos ir a nuestra bola, intentando sobrevivir en el día a día. No conseguimos fijarnos en quienes están a nuestro alrededor, a lo mejor solos o un poco marginados... ¿Cómo cambiar? Claro, vivir encerrados en nuestro yo es bastante natural. Intentar preocuparse de los demás es un esfuerzo, pero vale la pena si el resultado es hacerles la vida un poquito mejor. No hablo de grandes acciones, sino de simples gestos para darles constancia de que no están solos en el mundo.
Tenía a un compañero en clase con síndrome de Down. A pesar de las dificultades para adaptarse y hacer amigos, acabó siendo muy feliz porque se sentía muy querido por nosotros, jugábamos juntos al futbol, charlábamos, le ayudábamos en lo que necesitaba... Pero llegó el día en que los demás pasamos de curso y él tuvo que repetir. Con el tiempo la relación acabó distanciándose y casi ni hablábamos. Un día su madre me preguntó si le podíamos incluir en la preparación del concierto que hacemos por Navidad. Le aseguré que lo haríamos. A mí me hacía especial ilusión retomar la relación con él. Así que me acerqué a él en el patio, le propuse la idea y se puso súper contento e ilusionado. En el concierto lo pasó muy bien, disfrutó mucho sintiendo que su aporte era importante para nosotros, y constató que, aunque estemos en clases separadas, sigue teniendo un amigo en quien apoyarse. Ahora nos saludamos con frecuencia por los pasillos y me paro a charlar con él.
 

Un amor que «va y viene»

Marta: Hay personas para las que los pequeños gestos forman parte de su ser. Los realizan aunque se les ignore o se les conteste mal. Son personas con capacidades diferentes, con diversidad funcional, personas que aportan tanto a la sociedad, pero que a veces resultan excluidas. 
Al lado de mi colegio hay un centro al que cada día veo entrar bastantes de estas personas. Yendo yo en autobús público, me encuentro todas las mañanas con ellas. Cada día saludan alegres y confiadas a los que viajamos en el bus... Por desgracia, hay personas que pasan de ellos o que les contestan mal. Yo me siento empujada a hacer de modo que se sientan considerados y queridos, intercambio con ellos, les pregunto cómo les va, cuál es su programa favorito, el pasapalabra...
Lo mejor de todo es que estoy experimentando que el amor que trato de ofrecerles «va y viene», con ellos es ya recíproco. Además, con este empuje a acoger al otro, sobre todo a quien veo dejado de lado, empiezo el día con más alegría. ¡Una pasada!
Me ha gustado lo que nos escriben desde Valencia: «Los cinco niños de 9 a 12 años que acompaño en sus momentos formativos quieren también vivir las “obras de misericordia” para contribuir al objetivo “Hambre 0”. Cada uno con sus ahorrillos compra algo de comer. El padre de uno de ellos pasa por cada una de sus casas a recogerlo y yo lo cocino. Luego con la fundación “Ayuda a una familia” distribuimos la comida caliente a personas sin techo, entre las que hay familias con hijos pequeños. Así, con la ayuda de algunos adultos, cinco niños colaboran en dar de comer a personas necesitadas». 
 

Cambiar nuestra indiferencia

Covadonga: Aunque muchas veces se niegue, es una realidad que tenemos que cambiar: la de que no hacemos caso a las personas solas. En mi colegio hay una niña que no tiene muchos amigos porque no suele caer muy bien, y esto hace que, además, sea objeto de burlas y bromas. Antes del coronavirus trataba de hablar con ella siempre que se me acercaba, de ayudarle cuando me pedía ayuda. Y se creó un vínculo entre nosotras que le hacía sentirse a gusto conmigo. Ahora, debido a las medidas sanitarias y a la semipresencialidad, estamos en diferentes grupos, ya no nos podemos ver en clase, ni vernos cotidianamente... Pese a ello, sigo intentando mantener el contacto por mensajes y así puedo saber qué tal está, cómo se encuentra, qué tal va con los deberes, contarle también de mí, etc. No es mucho quizás, pero al menos esto no quiero perderlo. 
 

No dejar a nadie al margen

María Chiara y Naroa: Atreverse a cuidar significa también atender a las necesidades de quienes se cruzan en nuestro camino. Nos cuenta Inés: «Con la pandemia podemos salir poco. Un día por fin pudimos quedar con algunas amigas e hicimos planes para estar juntas hasta el toque de queda. Ya en la calle notamos a una chica que quería preguntar algo pero la gente no se le acercaba. Fuimos hacia ella y nos contó que no conocía la ciudad, porque era marroquí, y necesitaba la dirección de una tienda a la que no sabía llegar. No solo se lo dijimos, sino que la acompañamos. En el rato que pasamos juntas le contamos algunas cosas interesantes de Burgos, nuestra ciudad, y le hablamos de sus universidades, que era lo que ella quería saber».
«Una vecina mayor –habla María Chiara– ha estado muy enferma, con mareos, y mis padres estaban pendientes de ella. Sentí que también yo debía ayudarla. Un día hice un bizcocho. Pensé que mi vecina, sola, enferma y necesitada de ayuda, lo agradecería. Sin pensarlo dos veces, partí un par de trozos para ella y su hijo, que vendría a verla, y fui corriendo a llevárselos. Vi en su cara la alegría y el alivio de alguien que ya no se siente tan solo. Más tarde nos mandó a la familia un mensaje audio y noté en el tono de su voz una felicidad enorme. También yo me sentí genial por haber podido asegurarle, con un gesto concreto, que estamos a su lado».




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