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articulo

Patrias, países e identidades (2)

Robert Roche

Segunda parte del artículo sobre el tema de la polarización que abordamos en el número anterior. Pautas para establecer un diálogo prosocial.


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Acababa el artículo anterior proponiendo un sencillo ejercicio para apreciar la belleza de otras identidades. Para optimizar la consideración de lo positivo de otros pueblos, hemos de penetrar en las raíces de la identidad, personal o colectiva, que va de la mano de la autoestima. 
 
Las lenguas e identidades colectivas son muy delicadas y vulnerables psicológicamente. Como las individuales, como la autoestima. Más vulnerables son las identidades que no están bien asumidas o difícilmente expresadas por el individuo o el colectivo. No siguen las leyes del convencimiento desde fuera, sino que se rigen por la aspiración, el deseo, los sentimientos y las emociones hacia una identificación con unos valores, a menudo procedentes de experiencias de la infancia y por una necesidad profunda de pertenencia a un colectivo de referencia. Por lo tanto no pueden imponerse desde fuera, si bien a veces van variando cuando otras identidades se hacen atractivas por su capacidad de acoger a los sujetos.
 
No aceptar o cuestionar la identidad del interlocutor, aunque sea una pequeña parte, es percibido por este como menosprecio o incluso agresión. La delicadeza, el respeto y la estima con que estos temas se traten son fundamentales. Por ejemplo, es muy arriesgado bromear sobre tópicos culturales de otros pueblos. Ignorarlo puede llevar a incomprensiones, desencuentros o conflictos, lo cual conlleva dificultades importantes para la cohesión y la armonía entre los pueblos. Debido a las presiones políticas y de los medios de comunicación, si las identidades son tratadas con cierto menosprecio, estas reaccionan adversamente y terminan provocando reciprocidad en lo negativo a modo de defensa.
 
En España aparecen identidades varias vinculadas a pueblos. Muchas tienen como identidad superior la española, que despierta un claro sentimiento de patria, pero en otras, particularmente las asociadas a las llamadas comunidades históricas, muchos no sienten esa identidad. Quizás nunca la tuvieron, o quizás en su desarrollo personal y social, sumado a las presiones políticas y mediáticas desde ámbitos relacionados con la identidad española, han consolidado este aspecto diferencial con tintes excluyentes en ambas partes.
 
El reto es enorme: revertir los sentimientos negativos y avanzar en el conocimiento y estima de las respectivas identidades. Para ello debemos diferenciar entre la percepción de la identidad de los pueblos con que convivimos y las políticas del gobierno de turno, que podrían manipular dicha percepción para enfrentar a los pueblos. Las llamadas a la unidad son creíbles y deseables cuando parten de la base, de la ciudadanía, pero siempre sospechosas cuando parten del poder.
 
Propongo unas pautas para establecer un diálogo prosocial.
 
1. Identificación solo posible si el modelo es amable:
La identificación de una persona, grupo o pueblo con un modelo o un colectivo superior surgirán si ese modelo (personal o colectivo) transmite estima, amor por el bien de la persona o del grupo aspirante. Cualquier intento de influir en este proceso debe surgir de la verdadera estima y amor por el bien del otro, del receptor. Una identificación impuesta desde el poder, la amenaza y el infundir miedo no es prosocial.
 
2. Valoración mutua:
El diálogo prosocial y la unidad auténticos deben expresar una valoración mutua e igualitaria ya que ninguna identidad, cultura o pueblo es superior a otra. Es difícilmente creíble una unidad producida como consecuencia de la lucha y el menosprecio. Se debe diferenciar entre la unidad fruto de esta mutua valoración positiva y la que surge de un interés cooperativo entre diversos, pero polarizada en la identidad de cada uno. Este fenómeno es semejante a la cohesión que se produce cuando los grupos se une para afrontar un enemigo común.
 
3. Conquistar palabra y pensamiento vs menosprecio y violencia:
Un diálogo de calidad prosocial no es compatible con el menosprecio, la agresión verbal o el insulto. No es aceptable ningún tipo de violencia, de pensamiento o palabra, aunque esté externalizada por una persona con la que nos identificamos. Si lo aceptamos, somos cómplices.
 
4. Apertura al otro:
El diálogo verdadero no puede resultar de posiciones cerradas y dogmáticas. Dialogar supone una apertura de mente a la idea del otro y, por lo tanto, con atención, acogida e interés por descubrir lo positivo de su idea. Preguntarse si uno acostumbra a tener esta apertura con todas las personas, y en gran amplitud de temas, es un buen indicador para quien procede con buena voluntad de diálogo prosocial, y además una prueba para autoevaluarse. Una excepción: abrirse a ideologías de odio o violencia.
 
5. Disminución voluntaria del poder:
Una persona que quiere actuar prosocialmente no puede pretender doblegar la voluntad del otro, ni tan siquiera obstinarse en convencerlo. Está bien preguntarse frecuentemente en qué estructuras de poder e imposición estamos participando. Es necesario que cada uno se examine acerca de por qué quiere convencer o imponerse al otro: ¿Hay expectativas de conseguir ventajas sobre el otro? El reto de una persona generosa y espiritual está en una sincera deconstrucción del poder. De igual modo, a nivel colectivo, las organizaciones que se plantean optimizar unas relaciones humanas sinceras y auténticas deben eliminar, sin descartar la autoridad necesaria, gestos o palabras que manifiesten poder. Para ello hay que analizar, especialmente quienes han detentado o detentan un poder económico, social, político o religioso, qué aspectos de su conducta en relación con los demás son verticales, jerárquicos pero accesorios, innecesarios e ineficaces para el rol de autoridad, pues solo mantienen su vanidad y no crean una auténtica complicidad en los demás. Son hábitos indeseables y poco ideales a la luz de las nuevas consciencias del hombre, de la sociedad y del mundo modernos, y por lo tanto hay que superarlos.




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