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Con sentido de comunidad

Por Agustín Figueroa Nazar (Ciudad Nueva Argentina)

Leer cómo ve un joven a su generación en el mundo actual ayuda a comprender sus inquietudes y modos de actuar.


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Hace unos años era corriente oír «la juventud está perdida». Me lo decían una y otra vez como una hipótesis testeada entre los adultos, resaltando que quienes se jugaban por los demás o iban persiguiendo objetivos con foco y perseverancia eran los menos. Al día de hoy lo que mis amigos publican en Instagram y los encuentros con infinita diversidad de personas me habla de una juventud que hace de todo menos quedarse quieta: se levanta, se manifiesta, se replantea cosas y sobre todo se junta para potenciarse, como si el sentido de comunidad, tanto para lo bueno como para lo malo, estuviera en su ADN.
 
Los temas presentes en la agenda son varios pero tienen en común el interés por un cambio: el medio ambiente, el feminismo, el veganismo, el orgullo gay, el aborto…, además de los asuntos típicos, aunque no  menos importantes, como la educación, la salud o la igualdad de oportunidades. Antes se hablaba de no discriminar, hoy el mensaje es lograr no tratar al otro de manera diferente por su condición. 
 
Ciertamente, el calentamiento global o los desequilibrios en el ecosistema no son algo nuevo, y quienes hemos tenido acceso a la educación desde pequeños ya lo sabemos. Entonces, ¿qué es lo que genera un nuevo movimiento? La tecnología nos ha impulsado a juntarnos con desconocidos en base a intereses comunes para caminar u operar juntos. Desde un grupo de Facebook en el que se comparten intereses hasta un marketplace como MercadoLibre, donde uno compra y vende cosas, el poder de conectarnos para hacer que las cosas sucedan ha llevado el poder de acción a otro nivel. Vamos descubriendo que el que está a la vuelta de la esquina está pasando por la misma situación y que juntos somos más fuertes.
 
Un tópico muy claro en este accionar, que ha generado un cuestionamiento de paradigma muy interesante, es preguntarse sobre el papel de la mujer en nuestra sociedad. Si bien la historia de este movimiento viene de lejos, el hecho de poder encontrarse con otros que comparten la problemática y están dispuestos a hacer algo, ya sean de mi misma ciudad o del otro lado del océano, le ha dado una magnitud espectacular, pues el nivel de interconexión nos permite ver que no solo aquí sino también allá, en otro idioma, situación económica y lugar geográfico, están pasando por los mismos procesos. No todos pensamos igual (y esto nos enriquece) pero gran parte de los jóvenes que vivimos en las urbes tenemos al menos la discusión en mente y entendemos que se está produciendo un cambio, más allá de estar o no de acuerdo ideológicamente (esto es un universo aparte).
 
Sin embargo hay otros jóvenes, quizás no tan representativos en cantidad, debido a que la población se aglomera en pocos lugares muy densos, pero sí en territorio y en voz. En las zonas rurales las proyecciones de quienes tienen nuestra edad son otras: las oportunidades en materia de educación formal no abundan y la necesidad de salir a trabajar está mucho más a flor de piel. Si bien empieza a gestarse la idea de comunidad y de proponer cambios juntos, las obligaciones del día a día y la falta de interacción a través de la tecnología con quienes están lejos los conecta con su ámbito local pero los aísla del resto del mundo. Estos jóvenes son agentes de cambio, por cierto, pero están más enfocados a ser mano de obra enérgica.
 
La otra cara de la moneda son aquellos que viajan frecuentemente, se conectan con otros países, aprenden otros idiomas y sobre todo ponen en evidencia que somos «distintos e iguales». Esta población está creciendo, gracias en buena parte a que el turismo ahora es más económico y –otra vez– gracias la irrupción de la tecnología, que permite cambiar completamente la forma como operaba una industria tradicional a otra con un fuerte componente tecnológico. Lo más interesante no está en el porqué sino en lo que esto genera. Hoy nos resulta más natural oír por la calle, o entre los compañeros de clase, acentos que no son nativos. Son viajeros y vienen desde lejos pero se integran en las ciudades como uno más, y son recibidos así. Si bien abundan más en las grandes urbes, la distinción fuera de las aglomeraciones también es apreciada.
 
El mundo siempre está cambiando y hoy no es la excepción. La tecnología nos ha permitido conectarnos más con los demás, acercando audio y video o fomentando los viajes para explorar lugares diferentes a los que nos vieron crecer. 
 
Hay algo que destacar en todo esto: el sentido de comunidad. En todos los casos, desde un punto de vista que va más allá de lo ideológico, conectas con otro ser humano porque te «haces uno» con él, poniéndote en sus zapatos, e incluso compartiendo el dolor y entendiendo que juntos es mejor. En un mundo donde siempre se ha premiado al individuo, la irrupción del sentido colectivo (en los deportes, los negocios, lo social), entendiendo al otro y caminando juntos, es un pilar fuerte que desafía paradigmas y nos da aliento para seguir adelante. Juntos.
 




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