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Independencia sí, pero ¿a qué precio?

M. Teresa Ausín

A los jóvenes españoles les gusta vivir en casa de los papás. Según el barómetro europeo Eurostat, estamos tardando 29 años en dar el paso de la emancipación. 


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El paro, los bajos salarios, los crecientes costes de alquiler o compra, el boom de los pisos turísticos o la tendencia a prolongar los años de formación son algunos de los motivos por los que tardamos en hacerlo tres años más que la media europea, que está en 26 años. Madrid, Cataluña y Navarra tienen las tasas de emancipación juvenil más altas del país, y aún así, no llegan al 50% los que han conseguido independizarse antes de los 29. Y es comprensible si analizamos la situación de las grandes ciudades, donde comprar casi ha dejado de ser una opción y alquilar… otro tanto. María García tiene 29 años, trabaja en una importante multinacional y hace siete años que se fue a vivir a Madrid. Desde entonces ha tenido que compartir piso: «Comprar es prácticamente imposible y mucho menos en la zona centro. Y aunque tengas un trabajo estable, muy pocos pueden alquilar algo sin necesidad de compartir. Los precios son desorbitados. Y aunque estés entre esa minoría, solo un pequeño grupo consigue pisos dignos». 
 
Ahora bien, aunque el factor económico es decisivo, también influyen factores culturales a la hora de tomar la decisión. El Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud ha realizado un estudio sobre la percepción que tienen los jóvenes de entre 18 y 20 años (cuando aún viven con sus padres) respecto a la posibilidad de abandonar el hogar. Las ideas de «autonomía» y «libertad» tienen mucho peso en un primer momento, cuando se idealiza la situación. Luego, muchos jóvenes no están tan dispuestos a ciertos sacrificios, como sí lo estaban generaciones anteriores. Para nuestros padres y abuelos, lo importante era emanciparse, sin mirar tanto en qué condiciones se hiciera. Hoy este «paso vital» se ha sustituido por la comodidad material y la seguridad que brinda la familia.
 
Y así ha aparecido la figura del young adult, jóvenes no tan jóvenes que siguen viviendo en casa de sus padres (tanto si trabajan como si no), estando «protegidos en lo material, cuidados en lo emocional, y con mucha libertad de acción», se observa en el estudio. Es lo que desde el Centro Reina Sofía califican como «independencia protegida»: dependencia material de los padres, pero independencia en todo lo demás, pues realmente las ataduras en casa suelen ser pocas. De ahí que esta se haya convertido en la «situación ideal» para muchos y que no haya una necesidad objetiva de salir del domicilio familiar. 
 
Ahora bien, también cabe señalar que sigue existiendo la expectativa de que esta situación tenga un límite temporal, añaden los investigadores. Parece que a día de hoy, los jóvenes ponen los 30 años como una «barrera biográfica tolerable», aunque en muchos casos, matizan, se debe más a la presión social que a la propia disposición del joven. 
 
Y es que, concluyen desde el Centro Reina Sofía, el querer emanciparse o no es algo previo a las circunstancias económicas y a los medios con los que se cuente, que aunque sean favorables, no siempre son motivación suficiente, teniendo en cuenta lo bien que se vive en casa de los papás. 
 




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