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«Mar de llama»

Joaquín Herrero

Entrevista a José María Quintas Ripoll, autor del libro «Mar de llama».


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La editorial Ciudad Nueva acaba de publicar el libro «Mar de llama», que aborda la dimensión mística de los primeros escritos de Chiara Lubich. Hablamos con su autor, quien nos presenta la actualidad de esta obra.
 
–¿Por qué ahora este libro?
–Se han cumplido diez años del fallecimiento de Chiara Lubich. En una oración suya de 1946, cuando tenía 26 años, pedía: «¡Concédeme, Señor, que pase por el mundo como un mar de Llama, incendiando a todos de amor por ti!». Podemos decir que esta súplica se ha cumplido ampliamente. 
En vida fue conocida por su compromiso en favor de los diálogos ecuménico, interreligioso y con la cultura contemporánea, así como por el vasto movimiento que fundó, los Focolares. Sin embargo, aún es poco reconocida en el campo de la espiritualidad, aunque cada vez más autores la van descubriendo como una de las grandes místicas del siglo XX.
 
–¿Qué pretende esta obra y cómo la ha llevado a cabo?
–En esta obra he querido dar a conocer los comienzos de la experiencia mística de Chiara Lubich basándome en los documentos de su primera época, entre los años 1943 y 1949, como son sus cartas de juventud, que la editorial Ciudad Nueva publicó en 2010 bajo el título El primer amor. 
Escritas con un lenguaje juvenil y apasionado, aportan nuevas perspectivas para la mística y la espiritualidad, sorprendentes en una joven maestra de primaria, con una sólida fe formada en la tradicional sociedad católica de Trento. Es un estudio sobre sus primeras iluminaciones; queda todavía por publicar y conocer su experiencia mística más profunda, la del verano de 1949.
 
–¿Por qué en lugar de «espiritualidad» hablamos ahora de «mística»?
–Se podría decir que la mística es la experiencia e iluminación de las cosas de Dios de forma directa. La espiritualidad hace explícita esta experiencia. 
«De lo que yo tengo experiencia puedo decir». Eso fue lo que motivó a Teresa de Ávila a escribir. Con el lenguaje damos sentido a la realidad, a lo que nos pasa. Y ahí radica el valor de los místicos, ya que con su lenguaje han sabido transmitir su experiencia, la realidad oculta de lo divino que se les manifestaba, que superaba los límites de la razón. Son fascinantes. 
Otro gran maestro que ha sabido hablar de lo inefable es san Juan de la Cruz, que decía: «La teología mística se conoce por amor, en el cual las cosas no solo  se conocen, sino que juntamente se gustan». 
El hombre es experiencia de Dios (Zubiri), encuentro (Buber), abandono confiado en Dios (Teresa de Lisieux), hacedor del medio divino o místico (Teilhard de Chardin), encuentro y esperanza (Marcel). Ellos me han ayudado a desentrañar los inicios de la experiencia de Dios de Chiara.
Estudiando estas cartas se nos desvela una experiencia mística que se podría llamar «mística de la unidad». La unidad de los hombres en Dios es un fruto de la resurrección de Jesús. «¡Oh, la Unidad, qué divina belleza […]. Habla el corazón, su voz, que es amor. ¡Es Jesús entre nosotros!», exclamaba Chiara Lubich extasiada. 
Chiara dilata el «castillo interior» de Teresa de Ávila al «castillo exterior». Contemplar a Dios en medio del mundo es posible. El encuentro con Dios se puede dar no solo en la intimidad de la interioridad, sino también entre el ruido de las calles, en las luchas por mejorar la sociedad, en las relaciones con cada persona, en el sufrimiento compartido…  
«He aquí lo más atractivo de nuestro tiempo: penetrar en la más alta contemplación y permanecer mezclado con todos, hombre entre los hombres». Martin Buber, filósofo judío, había entendido que «es la relación del yo con el tú, el “entre”, lo que hace hombre al hombre». Chiara descubre que en ese «entre» se encuentra el Espíritu, según el tipo de íntima relación que hay en Dios entre las tres divinas personas. El encuentro con el otro se vuelve una experiencia mística.
 
–¿Qué ofrece este libro al mundo de hoy?
–Dicen los analistas que en este mundo posmoderno y globalizado el ansia de vida espiritual no ha desaparecido. La religiosidad en el Occidente secularizado, más que desaparecer, se está transformando (Durkheim). Ha quedado fuera de las instituciones, eso sí, incluida la Iglesia, pero no ha desaparecido, como vaticinó esa noche oscura que ha sido el conflictivo siglo XX. En Fe y razón, Juan Pablo II recogía este pensamiento posmoderno: «El tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente, el hombre debería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizado por lo provisional y fugaz […] contestando la certeza de la fe». 
Al mismo tiempo se constata un regreso a la experiencia directa con Dios en busca de paz y de sí mismo, de una «religión a la carta». La posmodernidad es muy sensible a todo lo que sea vital y liberador, por lo tanto se aspira a una religiosidad viva y liberadora, tanto en el plano psíquico como en el social. Se está abriendo, pues, un espacio de búsqueda espiritual, de renacimiento incluso místico, según el gran experto J. Martín Velasco. 
En este contexto han surgido movimientos difíciles de definir. Unos se abren a Dios, otros se centran en la lucha en favor de los desheredados, en la no sumisión al status quo, otros en la vuelta a una gnosis de influencias orientales o esotéricas. Hay pues una búsqueda autentica de una religiosidad que contribuya al desarrollo del hombre y que no lo paralice (E. Fromm). Chiara muestra audazmente cómo en las vicisitudes de la vida diaria y entre las personas es posible alcanzar la «más alta contemplación». Yo diría que su oferta espiritual es realmente actual y fascinante.




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