Llevaba tiempo queriendo realizar este pequeño viaje, conocer una nueva cultura y ayudar en un sitio de pocos recursos y muchas carencias, aunque también en España queda mucho por hacer para erradicar la exclusión social. Fuimos quince alumnos y alumnas, y a pesar de no conocernos entre nosotros, creamos una fuerte relación que nos permitió afrontar con entusiasmo la realidad que encontramos allí.
Nuestra labor dependía de los programas que desarrollan y coordinan varias congregaciones religiosas cristianas, cuya ayuda es bien recibida, dada la necesidad de atención de muchos colectivos, no obstante ciertas prácticas cristianas no estén permitidas por ser un país musulmán. Nos reunimos con el obispo de la zona, que nos explicó cómo viven las personas más desfavorecidas.
Trabajamos principalmente con chicos con diversidad funcional, totalmente asistencial. Son personas con muy pocos recursos para desenvolverse, rechazados por sus familias y mal vistos en la sociedad. Cada vez que nos veían daban saltos y gritos de alegría porque sabían que podrían salir de paseo y que habría alguien para escucharlos y acompañarlos. Y a nosotros nos saltaba el corazón de alegría al poder aportarles un granito de felicidad. Además, trabajamos con bebés, niños y mujeres, conocimos sus historias y les acompañamos en su día a día.
Para mí supuso un choque cultural fuerte y una toma de conciencia de los pocos recursos con los que cuentan. Creo que he ganado más de lo que he dado. Al volver a mi realidad, me he dado cuenta de cómo nosotros, inmersos en un ritmo frenético, en la rutina, estresados por el horario, con la mirada clavada en el móvil, consumiendo cosas que no necesitamos, intentando tener de todo pero sin vivir el día a día, no nos damos cuenta de que el tiempo no vuelve, y no somos conscientes de las personas que viven a nuestro lado.
Las personas con las que estuvimos allí repartían más de lo que tenían y nos daban más amor que la ayuda y acompañamiento que les podíamos ofrecer. Espero que esta haya sido mi primera semilla en África; una semilla que seguiré regando desde aquí poniendo en práctica todo lo que he aprendido e intentando transformar nuestra realidad, sin olvidarme de aquella, de ese lugar donde los gestos valían más que los objetos, donde las miradas contaban más que las palabras, donde había momentos que los abrazos y las sonrisas bastaban para seguir adelante, donde no había prisa, aunque tampoco pausa, donde el amor y el cariño se compartían indiferentemente.