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ESAS COSAS: ¿Represión espiritual?

Manuel Morales

Estamos preparando con Ciudad Nueva la reedición del libro El matrimonio. El amor y su fuente.
Explicaciones sencillas, de razón y de fe, corroboradas por un rico entramado de experiencias de novios y casados que traen el sabor cálido de la vida. Entre todas, impresiona la de una joven que prepara su boda: una explosión del corazón, que expresa, con transparencia y profundidad, su vida interior, el amor incondicional de sus padres, la lección increíble del dolor en familia vivido y transformado, su fe en el sacramento que va a recibir, la mano providente de Dios que ha conducido su noviazgo... En la “tertulia” de la peluquería, sin embargo (¡ojito a la curva!) y para la ocasión, habrá quien le ofrezca “generosamente” consejos sobre la “vida de pareja” muy distintos de los que ella lleva “dentro”. Y ahí enmudece nuestra novia. ¡Es todo tan distinto “fuera”! Distinto, pero no tanto. Las señoras de la tertulia, como todos, tienen su “dentro” y su alma. Con más o menos luz, creyentes o no creyentes, todos buscamos la verdad. Lo que ocurre es que podemos buscarla donde no está y equivocarnos. Uno que sabía mucho de esto, S. Agustín, dice: «No salgas fuera, retorna a ti mismo, en el hombre interior mora la verdad». ¡La verdad! El amor –también en la pareja– tiene su verdad. No todo es amor. Como no es oro todo, aunque lo parezca. Por eso sufrimos tantos engaños. Hay una endeblez, una vulnerabilidad y una inmadurez de la persona que la psicología y la psiquiatría atribuyen, muchas veces, a una especie de “represión espiritual”. Lo explica Enrique Rojas. Es como si hubiera que reprimir lo religioso y lo trascendente, cuando resulta que «la trascendencia está escrita a fuego en el corazón del hombre». Václav Havel, gran político y escritor fallecido en diciembre pasado, dejó escrito un precioso artículo sobre la necesidad de la trascendencia en el mundo posmoderno. «Estamos indefensos», dice. «Nuestra civilización ha globalizado sólo la superficie de nuestra vida. Pero nuestra interioridad sigue teniendo vida propia». Sabemos mucho de muchas cosas, de nuestra existencia física, de nuestros órganos, sus funciones… Pero se nos escapa el espíritu, nuestro mundo interior. Explica muy bien el papa Ratzinger la “consistencia ontológica” de esa interioridad. Nuestro yo no se puede reducir a la psique, y la salud del alma no se puede confundir con el bienestar emotivo. Nuestra felicidad depende también de cómo afrontemos nuestra vida espiritual. Ahí reside la verdadera fuerza, la nuestra y la de cualquier sociedad que quiera construirse en serio y en sólido. La vida interior es el único “punto de apoyo” para mover y mejorar el mundo. Me hace bien pensar que se nos ha dado a cada uno un pedacito de tierra (cuerpo y alma propios) para cultivar y trabajar. Ahí, en esa tierra, no de barbecho sino de cultivo, se cosechan los únicos frutos de bien que podemos obtener y ofrecer. ¿No dicen incluso los economistas que esta es una crisis de valores? ¿Y de dónde, si no de dentro, salen las codicias y los robos y los fraudes? Lo dice el Evangelio de Jesús: «salen de dentro, del corazón del hombre» (Mc 7, 21-23).



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