Alguien escribirá el libro de su vida. Por ahora, esta semblanza leída con ocasión de su funeral. Juan José Tomás Marco, que fue director de Ciudad Nueva entre 1972 y 1981, falleció el pasado 19 de enero.
«Siempre doy gracias a Dios por lo que me ha dado y por lo que me da, porque lo que experimento es que es y ha sido todo amor de Dios…». Todos los que durante años y décadas hemos convivido con Juan José podemos dar testimonio de lo ciertas que son estas palabras suyas, que dijo pocos meses antes de morir y que sólo un puro de corazón como él podría expresar. No sólo ha sido para todos y cada uno de nosotros un hermano, un amigo fiel en el que podías confiar siempre y en cualquier situación, sino que su amor por el Movimiento de los Focolares le impulsó desde el primer momento a poner sus talentos personales y su competencia profesional a su servicio, lo que lo convirtió en uno de los primeros y más significativos protagonistas del desarrollo de los Focolares en España.
Juan José Tomás nace en el año 1920 en Yecla, provincia de Murcia, en el seno de una familia profundamente cristiana. Desde su adolescencia se le advierte dotado de una rica personalidad, una inteligencia aguda, una gran sensibilidad social y, sobre todo, de una gran bondad, dotes que le acompañarán en su trayectoria profesional como abogado y como periodista afirmado, así como en su vida familiar en cuanto marido ejemplar, padre y educador de sus ocho hijos junto con su esposa Manoli, que falleció en julio de 2008.
Si bien Juan José era ya un cristiano comprometido cuando conoció el Movimiento de los Focolares –tenía 48 años cuando uno de sus hijos le habló de él–, esta espiritualidad lo fulguró. Así lo describe en una reciente entrevista: «Fue un cambio trascendental en mi vida (…). Conocer el Movimiento ha significado para mí un cambio radical. Sin él, yo no sé si habría podido sobrevivir a tantos problemas, a tantas dificultades que la vida ha ido trayendo y que para mí, más que dificultades y problemas eran situaciones que Dios me ponía para poderme santificar».
Estas palabras, dichas pocos meses antes de su muerte el 19 de enero pasado, a la edad de 90 años, y después de cuarenta participando intensamente en la vida del Movimiento, no sólo manifiestan su capacidad de disculpar y olvidar momentos menos felices que toda convivencia inevitablemente comporta, sino que además demuestran que Juan José percibía la vida como un regalo, independientemente de las circunstancias fueran indiferentes, dolorosas o alegres: regalo de Dios, regalo del prójimo, casi como si estuviera en permanente acción de gracias. «Siempre doy gracias a Dios por lo que me ha dado y por lo que me da», y se notaba que cuando te decía «¡gracias!» se estaba dando a sí mismo por entero.