Heroísmo por la fe
Breve crónica de los actos que tuvieron lugar con motivo de la beatificación de 498 mártires españoles del siglo XX.
Tuve la suerte de participar, el 28 de octubre, en la Beatificación de los 498 mártires del siglo XX en España, celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Acudí con 84 feligreses de la parroquia agustiniana de Santa Ana y la Esperanza, en el barrio madrileño de Moratalaz. El acto fue presidido por el cardenal Saraiva, y contó con la presencia de varios cardenales, la casi totalidad de los obispos españoles, varios centenares de sacerdotes, religiosos y religiosas y una multitud de españoles. La escena es difícil de olvidar: hombres y mujeres creyentes llamados por el Sucesor de Pedro para notificar solemnemente la beatificación de 498 hermanos que dieron su vida por Jesucristo en circunstancias difíciles de nuestra historia. No se trataba de un acontecimiento social, sino de una celebración de la Iglesia, de alcance universal, que muestra la santidad de sus hijos. Además, entre los mártires había 98 agustinos, y mis sentimientos humanos y espirituales estaban a flor de piel.
La preparación a esta jornada inolvidable no pudo ser mejor. Nuestros obispos nos habían regalado en el mes de abril un emotivo mensaje en el que ponían de relieve los rasgos comunes de estos nuevos mártires: hombres y mujeres de fe y oración, particularmente centrados en la eucaristía y en la devoción a la Santísima Virgen. Por ello, mientras les fue posible, incluso en cautiverio, participaban en la santa misa, comulgaban e invocaban a María rezando el rosario. Como apóstoles que eran, fueron valientes cuando tuvieron que confesar su condición de creyentes, disponibles para confortar y sostener a sus compañeros de prisión. Rechazaron las propuestas de minusvalorar o renunciar a su identidad cristiana y resistieron a los malos tratos y torturas. Perdonaron a sus verdugos y rezaron por ellos, y a la hora del sacrificio mostraron serenidad y profunda paz, alabando a Dios y proclamando a Cristo como único Señor.
En nuestro grupo había tres sobrinas de un agustino y otra de un dominico. La sorpresa del grupo alcanzó su momento culmen cuando estas mujeres, con su lenguaje llano y familiar, comunicaron lo que de niñas habían oído en casa de sus tíos: episodios de sus vidas ejemplares, de entrega y servicio, de permanencia en sus destinos, aunque podían haber huido, y la dureza de su muertes, que describían con exactitud.
La víspera, por la mañana, el cardenal Rouco Varela nos dijo estas pañabras: «Cualquier persona de buena voluntad es consciente de que los mártires son modelos de vida y de verdadera humanidad. Durante la quema de iglesias, que se inició en 1931 y se extiende hasta 1939, los mártires, con su humanidad atrayente, se dejaron matar, aceptaron el reto de forma positiva. Por eso, si tenemos que hacer memoria, la más ejemplar es la de Dios. Las vidas de los nuevos beatos fueron vidas marianas, llenas de un infinito amor a la Virgen. Los mártires son un ejemplo para España de cómo tenemos que vivir el don de la reconciliación, del perdón y de la paz».