Documento largamente esperado que ha satisfecho las expectativas. Por resumirlo con una expresión, se trata de una puesta al día de la Doctrina Social de la Iglesia en el comienzo del siglo XXI. Es la tercera encíclica de Benedicto XVI, después de “Deus caritas est” (2005) y “Spe salvi” (2007). Su tema es “el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad” y, aunque aborda cuestiones actuales y candentes, su enfoque es teológico y ya la introducción marca su orientación doctrinal. Hay otros documentos pontificios que tratan este asunto con argumentos más filosóficos, como la “Rerum novarum” de León XIII (1891), aun sin descuidar el referente teológico.
Realista y equilibrada, la encíclica aborda la problemática social de nuestro siglo. Es contundente en sus afirmaciones y si reflexionamos en los principios que expone, la encontramos radicalmente antiliberal, aunque no anticapitalista en el sentido económico del término, pues admite instituciones del sistema (propiedad, empresa, mercado, contrato salarial, etc.), pero es incompatible con la concepción liberal de la economía y de la política. El liberalismo, “que es la ideología del capitalismo puro”, se basa en una concepción individualista del orden social, en un racionalismo que niega la transcendencia y en una concepción amoral de la economía y de la vida social. En cambio, esta encíclica parte de la caridad universal y de la verdad teológica y metafísica.
Seis capítulos articulan el texto y termina con una conclusión que resume el sentido de la encíclica, centrada en último término en Dios. Sin Dios, el hombre no sabe dónde va, ni tampoco logra entender quién es. En la base de este nuevo documento está la encíclica de Pablo VI “Populorum progressio” (1947), que Benedicto XVI considera como la “Rerum novarum” contemporánea. El de Pablo VI fue un mensaje profético con acentos dramáticos sobre la trágica realidad del siglo XX y los dos mundos en que se dividía, y se sigue dividiendo, la humanidad: ricos pletóricos de bienestar frente al mundo en vías de desarrollo, pobre y marginal. Esa situación, que tanto impresionó a Pablo VI en sus viajes, ha empeorado y no se ve solución, como afirmó Juan Pablo II veinte años después en la “Sollicitudo rei socialis”.
Benedicto XVI describe con realismo la crisis económica, pero refleja cierto optimismo, apuntando a los avances que se han dado en el desarrollo de algunos pueblos y a las posibilidades que ofrece la globalización. Afirma que la Iglesia no puede interferir en los aspectos técnicos y políticos, pero tampoco desentenderse, porque Dios no quiere sólo la salvación espiritual de la humanidad, sino también su bienestar temporal. Y los problemas económicos y políticos están íntimamente ligados a los éticos y morales, por eso la Iglesia no puede menos que señalar, desde la Revelación de Dios, el camino de solución.