El Parlamento europeo experimentará en junio próximo una renovación inédita. Pero el foso entre la institución y la opinión pública sigue siendo profundo.
Estamos a las puertas de unas elecciones al Parlamento Europeo y dan ganas de preguntarse en qué situación estamos, pues ya se ha anunciado que va a haber una abstención récord. Campaña mediática, listas de candidatos cerradas de prisa y corriendo, riesgo, una vez más, de percibir nuestra Europa como una gran “máquina” (como decía De Gaulle a propósito de la ONU) que no nos concierne en absoluto. Basta una ojeada por el retrovisor para darse cuenta de que nos hace falta refrescar la memoria. Desde hace treinta años el Parlamento Europeo es elegido por sufragio universal directo y es la única institución cuyos poderes no han dejado de crecer. Hace veinte años cayó el muro de Berlín y Europa del Este y del Oeste pudieron unirse de nuevo. Hace cinco años la Unión Europea experimentó una ampliación extraordinaria, pasando a 27 estados miembros. Hoy se ha realizado el sueño –¡y sólo tiene sesenta años– de una Europa pacificada, con 500 millones de habitantes y con una importante pujanza económica en el mundo globalizado. Pero nos acordamos de Bruselas (sede de la Comisión) sólo para quejarnos. Y sin embargo, gracias a la zona euro, los efectos de la actual crisis se están notando menos que en otras partes. Por otro lado, esas regiones que se han beneficiado de las subvenciones europeas ahora están aportando mayor dinamismo al conjunto de la Unión. Asimismo, el programa de intercambio universitario Erasmus ha permitido a casi dos millones de jóvenes estudiar en el extranjero… ¿Qué más estamos esperando?
«Raramente la necesidad de Europa ha sido tan apremiante», «Hay que darle otro impulso a Europa», «La dinámica europea está bloqueada»… son algunas de las afirmaciones que hemos oído, pero volvamos a tener esperanzas. Cierto es que el proyecto de constitución europea no ha sido aprobado por todos los Estados y el tratado de Lisboa no puede ser plenamente aplicado, pero contra todo pronóstico, la crisis económica y financiera ha estimulado a los Estados a trabajar juntos, en lugar de replegarse sobre sus intereses nacionales. Y tomar decisiones entre veintisiete miembros no sido mucho más difícil que entre quince, todo lo contrario, según dicen los últimos incorporados, que no quieren perder el tiempo. Y entontes, con tantos triunfos en la mano, ¿qué nos falta para tener más interés por Europa? «La colaboración de la opinión pública», responden unánimemente los “eurócratas” (funcionarios) y los diputados electos. Las campañas institucionales de comunicación de las instancias europeas no son suficientes. Los diputados tienen que bajar al terreno de juego, ir al encuentro de la gente y explicarle la política europea y su incidencia en nuestra vida, responder a sus legítimos interrogantes y comprometerse con los electores en proyectos conjuntos. Hay que reconocer que muchos parlamentarios europeos consideran el Parlamento como un anexo de su gobierno nacional, mientras otros invierten todo su tiempo y volaran profundamente esta instancia. Por su parte, los electores tienen que informarse e intervenir en el debate para dar su opinión a la hora de votar y así fundar una legítima democracia en las instituciones. Recordemos que esas instituciones elaboran el 75% de la legislación europea, que ha solapado las normativas nacionales en ámbitos particularmente importantes de la vida económica y social, del desarrollo, de los transportes, de la agricultura, etc. Hay temas importantes en pleno debate que exigen el consenso de todo el continente, como la inmigración, la solidaridad con los países en vías de desarrollo, la transferencia tecnológica, la gestión de la energía, la circulación de trabajadores y capitales, etc. Y las soluciones no son unánimes, ni a escala europea, ni nacional. «Conducir esos debates es reforzar la democracia en Europa. Saber concluirlos y darles una solución concreta es el genio de la construcción comunitaria. Todo eso es largo y difícil», comenta Dominique Reynié, de la Fundación para la innovación política. Europa queda como portadora de valores como la libertad y la tolerancia, «de unidad en la diversidad» (su divisa), y otros continentes miran con interés y ganas su experiencia, sus reglas, sus convicciones, sus prácticas comunitarias especialmente preciosas a la hora de la mundialización. La dinámica de una Europa unida requiere volver a encontrar una visión común y movilizadora, popular y entusiasmante, como etapa necesaria hacia otra «utopía posible», la de un mundo unido. ¡Y nosotros somos Europa!