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Paradójica belleza

Juan Fernández Robles

El pasado 8 de enero falleció el sacerdote murciano Francisco Sánchez Abellán, habitual colaborador de nuestra revista.
Un denominador común se esconde tras los recuerdos que compartimos quienes lo hemos conocido y crecido bajo su sombra: un deseo de gritar «gracias». Gracias por su entrega y sus consejos, por su labor pastoral y su pasión por el arte, por su alegría, su paciencia, su generosidad… y muy especialmente por sus actos de amor a cada uno de nosotros. Era la noche del 8 de enero cuando don Francisco Sánchez Abellán emprendió su último viaje. Detrás quedaban varios años de lucha contra una enfermedad que en los últimos meses apenas le permitió tenerse en pie y que en varias ocasiones lo había postrado en una cama del hospital. Finalizaba así, rodeado de sus familiares, su “santo viaje” en la tierra e iba a presentarse ante el Eterno Padre. Unas pocas líneas no bastan para trazar la semblanza de don Francisco, así que prefiero reflejar esos comentarios emotivos que suelen acompañar la desaparición de una persona querida. El día del funeral, mientras media España se cubría de un manto blanco, el vicario general de la diócesis, Miguel Ángel Cárceles, ponía el acento en la actitud de don Francisco, nuestro Paco, una vez que fue consciente de la gravedad de su estado: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu», igual que Jesús antes de expirar en la cruz. «Murió como Jesús –subraya el vicario– (…) lleno de paz; destrozado, pero sin una palabra en contra de nada ni de nadie; su mirada, siempre bellísima, se iluminaba cuando hablaba de Jesús; realmente podemos afirmar que ha sido una persona extraordinaria». Me viene ahora a la mente un texto del profeta Isaías: «Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar (…), así será mi palabra» (Is 55, 10). Don Francisco fue fiel hasta el último momento. Así lo refleja el testimonio de Fátima. Cuenta que una vez le preguntó: «¿Paco, no te rebelas contra Dios? Después de todo lo que has hecho durante toda tu vida… y ahora te manda esta enfermedad?». Y él respondió: «No puedo rebelarme contra el Padre, ya que desde la eternidad ya había pensado en hacerme este regalo». Otros testimonios insisten en esto mismo: «Cuando le preguntaba cómo estaba, siempre me decía que la enfermedad que tenía era un regalo, un don de Dios», comenta Loli. Otras personas señalan su generosidad. «Cuando iba a verlo –dice Conchita– le llevaba bombones, y él me decía: ¡qué bien, ya tengo para darle a los seminaristas cuando vengan a verme!». Y otras insisten en que su forma de vivir la enfermedad ha sido un ejemplo para muchos. María José relata así una visita a Paco en el hospital: «Me impresionaba cómo entendía claramente que su enfermedad era voluntad de Dios, se le notaba en la cara. Su cuerpo entero hablaba de saber perder dignamente, de una donación completa a Jesús. Una vez que lo visité, aunque casi no podía hablar, lo primero que hizo fue preguntarme cómo estaba yo, pues sabía que había estado enferma. Lo tenía todo presente y ofrecía su dolor por los que sufren. Me emocionó ver cómo vivía su dolor. Y no habló más, no tenía fuerzas».

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