El caso de la italiana Eluana Englaro ha despertado de nuevo un debate ético en nuestra sociedad.
¿A favor o en contra?
¿Mantener a una persona en coma durante diecisiete años, con el sufrimiento que ello conlleva en la familia, o retirar los medios terapéuticos que la mantienen con vida vegetativa y evitar ese sufrimiento? De nuevo se ha utilizado una situación delicada como arma arrojadiza para dividir: o estás a favor de la vida y hay que mantener a toda costa a una persona en esa situación (quien no piense así defiende la muerte), o estás a favor de elegir la forma de morir (quien no piense así defiende el sufrimiento sin sentido). Se da cierta manipulación por parte de los medios de comunicación y las alineaciones políticas (van de la mano) para poner de relieve que existen dos posturas enfrentadas, y los ciudadanos nos dejamos atrapar en ese juego como si fuéramos enemigos o tuviéramos visiones opuestas de la vida.
La realidad es otra. Viendo los hechos a distancia, cada uno se forma una opinión, mediatizada por las fuentes de las que se nutre, pero los que estamos cerca de pacientes con enfermedad terminal, en situación de pérdida progresiva de la conciencia, con un dolor intratable que requiere sedación profunda o coma, lo vivimos de otra manera. Al lado de la cama de una persona enferma ni se defiende la muerte ni se defiende el sufrimiento. Se lucha por dar vida, pero una vida con sentido, con esperanza. Elegir la muerte como solución al sufrimiento, como se plantea con la eutanasia en casos de enfermedad terminal, no es acertado, ya que existen los cuidados paliativos. Mantener a toda costa con vida a una persona conectada a máquinas tampoco es adecuado, cuando no hay expectativas reales de recuperación, pues caemos en el encarnizamiento terapéutico. La mal llamada eutanasia cuando la persona sufre una enfermedad invalidante, degenerativa o incurable es tema para otro momento, pues en realidad se trata de un suicidio, asistido o no.
Lo que nos toca a todos el corazón es qué hacer en casos como el de Eluana: diecisiete años sin despertar, con sólo 40 kilos y sin expectativas. Y qué decir de su familia, que no quiere verla más así. Cuando crees que ese ser querido ya no va a recuperarse del coma, el duelo por su pérdida se mantiene durante años, ya que no llega a morir, y por tanto no puedes superarlo. Es un duelo permanente.