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Correspondencia

Dino

Bajar impuestos funciona si se sabe gestionar bien el gasto público


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Siguiendo la preciosa estela del diálogo que la revista Ciudad Nueva fomenta, me permito llamar la atención sobre la afirmación del profesor D. Saturnino Aguado, en su artículo del número de marzo, cuando dice que «las reducciones de impuestos siempre han producido bajadas en los ingresos fiscales». Pero y ¡cuántas veces aumentar los ingresos fiscales reduce el PIB y el empleo! Esta es la cuestión, pues la elasticidad (tipos vs. ingresos) tiene sus límites.
Habría que matizar de qué impuestos hablamos. Evidentemente, esto tiene mucha literatura y aquí no se puede profundizar, pero es obvio que ha habido casos recientes en CCAA con gobiernos recientes que lo han logrado (ej. España 1998-2004). Si el artículo habla de solidaridad y desigualdad, entonces lo que importa no es solo subir ingresos fiscales, sino subir el bienestar, el PIB, favorecer el desarrollo. Si subimos ingresos fiscales y estos se usan mal, no “sirve” al bien común. En su trabajo Estructura Fiscal, Crecimiento Económico y Bienestar en España1, los autores J. E. Boscá, R. Doménech y J. Ferri afirman que «la existencia de un dilema entre obtener más ingresos públicos a cambio de reducir el PIB y el empleo obliga a evaluar los efectos de los cambios impositivos en el bienestar social».
La famosa curva de Laffer (llegado a cierto punto subir impuestos no recauda más) depende de muchos otros factores estructurales que “ayuden” impulsando el crecimiento: seguridad jurídica y estabilidad normativa, regulación laboral de la “flexi-seguridad”, lucha contra el fraude fiscal y control del gasto público innecesario y redundante, entre otros.
Creo que hay que decir alto y claro que la experiencia marxista ya dejó claro con su realidad histórica que la mejor alternativa para beneficiar a los más desfavorecidos no es la mera y única redistribución fiscal a través del Estado, sino impulsar el crecimiento ordenado y equilibrado del PIB. Lógicamente no hablo del llamado capitalismo salvaje desordenado e inhumano. La Iglesia ha condenado tanto lo uno como lo otro. Ni hablo de países en desarrollo (he viajado a varios con una ONGD donde el desarrollo de un sistema fiscal (pues su inexistencia favorece a élites inmorales) es urgente y crítico.
Pero hoy por hoy, mientras la “Economía de Francisco”, la “economía social” y enfoques como la “Economía de Comunión” vayan demostrando su grandeza y vayan desarrollándose, me parece importante no sucumbir ante la aparente belleza y seductora demagogia del globalismo progresista internacional, que nos marca la agenda sistemáticamente con un falso bienestar pues tiene a casi todos los países occidentales con unos déficits y unas deudas públicas terribles, incontrolables, que tarde o temprano generarán desconfianza y tormentas inflacionistas, muy dañinas ambas para las clases medias y desde luego para las clases más desfavorecidas. 




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