«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo». (Lc 14, 26)
¿Qué dices de esto?
¡Son palabras con exigencias tremendas, radicales, jamás oídas!
Y sin embargo, aquel Jesús que declaró indisoluble el matrimonio y mandó amar a todos y de forma especial a los padres, ese mismo Jesús ahora pide poner en segundo lugar todos los afectos bellos de la tierra, cuando éstos son un impedimento al amor directo e inmediato por él. Sólo Dios podía pedir tanto.
Jesús arranca a los hombres de su modo natural de vivir y quiere que ante todo estén unidos a él, para poder construir en la tierra la fraternidad universal.