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articulo

Vencer el miedo

José Luis Guinot Rodríguez*

Es esencial que cada uno asuma la responsabilidad de proteger y atender a los demás, para construir un modelo nuevo de sociedad.


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Tras más de tres meses de aislamiento, una experiencia única jamás vivida antes, la pandemia se está controlando. Pero la alerta debe ser continua, no hay que bajar la guardia, hemos de actuar con responsabilidad ante el riesgo de nuevos brotes. Tenemos miedo. El temor a lo que puede venir genera incertidumbre. Es un sentimiento similar al de un paciente con cáncer. Cuando el tratamiento acaba, brotan nuevos sentimientos de desprotección y vulnerabilidad. En el hospital el enfermo estaba vigilado y el riesgo estaba controlado. Cuando se da el alta se desearía volver a la vida de antes, pero no es posible, quedan secuelas físicas en el cuerpo, una tormenta emocional, cambios de rol en la familia y en el trabajo, muchas dudas e inseguridades. Se pasa a una nueva fase, el reto de «vivir tras el cáncer». Y surge el miedo a la recaída, el síndrome de la espada de Damocles, que está suspendida de un hilo encima de la cabeza y en cualquier momento puede caer. No es fácil vivir así, pues el miedo atrapa, se instala una actitud de amenaza con angustia y desasosiego. Es el miedo al futuro incierto.

 

Con el final del estado de alarma existe miedo a lo que puede pasar a partir de ahora. Tenemos secuelas, se duerme mal, hay pesadillas. Las familias que han perdido un ser querido no han podido acompañarlos, ni siquiera despedirse de ellos, y eso deja huella. Secuelas en nuestras relaciones interpersonales. El aislamiento ha alterado la vida de millones de niños, no han podido jugar con otros niños, les cuesta salir a la calle por miedo al virus y no sabemos cómo será la vuelta a la escuela. Hay miedo a la enorme crisis económica que va a durar meses, a que haya revueltas sociales, a que cierren empresas definitivamente y muchos pierdan su trabajo y su proyecto vital. Hay desasosiego por la falta de líderes con visión colectiva, con autoridad y conciencia, no solo con intereses de poder. Hay temor de que la oportunidad para diseñar un mundo más justo, equitativo y fraterno sea solo una utopía y sigamos en manos de poderosos que buscan sus intereses egocéntricos.
 
Pero es precisamente ahora cuando hemos de mirar a esa nueva normalidad, que significa que no será ya nunca la de hace cuatro meses. Pasamos de un estado de aislamiento a un estado de vigilancia activa. Dice Chiara Lubich que «se vigila porque se teme y se teme porque se ama a alguien a quien no se quiere perder»1. La vigilancia está por encima del miedo, pues su causa es el amor a los que son importantes para nosotros. Y no sólo, sino también a cualquier otra persona que pasa a nuestro lado y que, por fin, tomamos conciencia de que es un prójimo, alguien como yo, con la misma dignidad, con sus circunstancias, que ya no me son ajenas. Si me pongo una mascarilla, la finalidad no es protegerme dentro de una burbuja, sino proteger al que está próximo, mutuamente. 
 
Desde el punto de vista sanitario el panorama es imprevisible y deberemos convivir con brotes durante meses. Afortunadamente sabemos que solo se ha detectado en fase activa una décima parte de los contagiados, por lo que, aunque este coronavirus es muy contagioso, produce una mortalidad real de poco más del 1% con buena asistencia médica. Obviamente, si nos infectamos millones de personas a la vez, volverán la saturación de urgencias y las escenas dramáticas que nadie quiere volver a vivir. Nuestros sanitarios no merecen seguir contagiándose y poniendo en riesgo sus vidas y las de sus familias.
 
No hay que dejarse atrapar por el miedo. Viktor Frankl habla de «autodistanciamiento», salir de uno mismo para ver desde fuera los propios problemas con más objetividad, distanciarnos de la situación conflictiva, reconocer el miedo pero relativizarlo2. Y en esta pandemia, además, hay que mantener ese otro distanciamiento social para prevenir una recaída. Es esencial que cada uno, sí, cada uno, asuma la responsabilidad de proteger y atender a los demás, para construir un modelo nuevo de sociedad, donde todos estamos interrelacionados. Somos vulnerables, sí, pero trascendentes, podemos ir más allá, dejando de mirar nuestros miedos y alzando la vista para aliviar el sufrimiento y el miedo de quien tenemos al lado en el momento presente.
 
Se trata de trabajar junto a otros, crear redes de colaboración y poner de relieve las que ya existen, sin esperar a que líderes, políticos o autoridades tomen la iniciativa, porque depende de cada uno. Unir más aún a las familias, a las comunidades de vecinos, colaborar con las asociaciones vecinales, ONGs, grupos culturales, deportivos, religiosos, desarrollar iniciativas que buscan la promoción del bien común, en cada barrio, en cada pueblo, en cada ciudad, con la vista puesta en una fraternidad universal a la que nos vemos abocados por nuestra naturaleza y como necesidad de supervivencia.
 
Entre el miedo y la esperanza, apliquemos el autodistanciamiento y la vigilancia activa por amor, que es antídoto contra el miedo, y adentrémonos en este nuevo presente que nos invita a trabajar activamente para que la nueva normalidad refleje una creciente fraternidad.
 
 
 
 
 
*Del mismo autor de este artículo, José Luis Guinot, el libro De la angustia a la serenidad (Ciudad Nueva, 2015) ofrece pautas para el apoyo emocional al paciente y a la familia, esenciales para transformar la depresión, la negación o la angustia con una actitud de lucha y desafío, capaz de ver esa experiencia como una oportunidad de vivir con más plenitud el presente.




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