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La solemnidad del Corpus en el arte

Clara Arahuetes


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Este año no se podrá celebrar en las calles la festividad del Corpus Christi debido a la pandemia. Esta fiesta nos recuerda que la Eucaristía es el centro de la vida cristiana y del culto litúrgico. Sus primeras manifestaciones surgieron en 1256 en la Abadía de Cornillón, diócesis de Lieja, Bélgica. La priora santa Juliana tuvo gran veneración al Santísimo Sacramento y anhelaba que hubiera una celebración especial en su honor. Se cuenta que tuvo una visión: «Veía una luna llena tan brillante como el Sol, a la que una sombra deslucía su resplandor». La luna remite al calendario litúrgico de las fiestas de la Iglesia y la sombra aludía a que faltaba una, la del Santísimo Sacramento. El obispo de aquella diócesis, Roberto de Thorete, dispuso que se celebrara el Corpus Christi cada año. 
 
En 1263, durante el pontificado de Urbano IV, se produjo el Milagro de Bolsena. Un sacerdote que celebraba la Santa Misa tuvo dudas durante la consagración y en el momento de partir la sagrada forma vio salir de ella sangre que empapó el corporal donde se apoyaban el cáliz y la patena. La venerada reliquia fue llevada en procesión a Orvieto el 19 de junio de 1264. El Papa, movido por este milagro y ante la petición de varios obispos, hizo que se extendiera la fiesta del Corpus Christi a toda la Iglesia. Por medio de la Bula Transiturus de hoc mundo, instauró la conmemoración anual del Corpus Christi el jueves de la Octava de Pentecostés. Los siguientes papas continuaron con esta conmemoración y Nicolás V fue el primero en establecer que el Santísimo saliera en procesión por las calles de Roma en 1447. Un siglo después el Concilio de Trento y el espíritu de la Contrarreforma fueron la respuesta católica a las campañas contra la Eucaristía. 
 
A la vez que la respuesta teológica, se produjo una respuesta estética. Los pintores y escultores exaltaron la Eucaristía en obras como la talla de Santa Clara de Gregorio Fernández (1628), o en una de las pinturas más emblemáticas y populares, La Última Cena de Juan de Juanes (1555-1562), para el retablo mayor de San Esteban de Valencia y que hoy se conserva en el Museo del Prado. El artista se inspiró en una obra de Leonardo Da Vinci en Milán, tanto en el espacio como en la representación de los apóstoles. Jesús en el centro de la escena aparece sereno en el momento de la institución de la Eucaristía, los apóstoles, a su alrededor, llevan nimbo con sus nombres, excepto el de Judas Iscariote que aparece escrito en el taburete donde está sentado, mientras oculta la bolsa del dinero en su espalda. Encima de la mesa el pan y el vino, referencia eucarística, están descritos con detalle. Un elemento esencial es el cáliz, que reproduce el santo grial que se conserva en la catedral de Valencia, y que es considerado como el cáliz auténtico utilizado por Jesucristo en la última cena. En el primer término de la escena aparecen la jarra y la jofaina que aluden al lavatorio de los pies a los apóstoles.
 
Pero sin duda el elemento más monumental es la custodia, realizada para exaltar la sagrada forma, tanto en el templo como en la procesión. La custodia procesional o de asiento, alcanza su máximo esplendor durante el siglo XVI. Su evolución artística a lo largo de ese siglo se debe a tres generaciones de una familia de orfebres, los Arfe. Enrique, el primero de ellos, de origen alemán, es considerado como el creador de la tipología de custodia procesional. Llegó a España para realizar la custodia de la catedral de León, a la que seguirían otras como la de Toledo y Córdoba. Le continuará su hijo Antonio, nacido en León, quien realizó entre otras la custodia de la catedral de Santiago, y por último Juan, el escultor de oro y plata, autor de las custodias de Ávila, Sevilla y Valladolid.
 
Enrique de Arfe creó unas piezas de grandes dimensiones, caracterizadas por la transparencia, que permitía contemplar la sagrada forma. Además están adornadas con un gran número de esculturas de carácter teológico, imágenes alusivas a la relación entre el sacrificio de Cristo y la redención de los hombres.  
 
El conjunto de la custodia de la Catedral de Toledo incluye dos custodias en una. En el interior la más antigua es de tipo portátil y perteneció a la reina Isabel la Católica. A su muerte fue adquirida por el Cabildo Primado, a instancias del Cardenal Cisneros, en 1505. La hizo el orfebre barcelonés Jaume Almerique con el oro que trajo Colón de América y es una obra excepcional. Y en 1515 el Cabildo encargó al platero Enrique Arfe la realización de una nueva custodia para dar mayor esplendor a la custodia de oro. El orfebre tardó ocho años en realizarla y tiene forma de torre gótica escalonada a la que asoman los santos de la Iglesia universal y de la Iglesia toledana. Se remata en lo más alto con una cruz de esmeraldas realizada por Antonio Laínez. Inicialmente era de plata y se doró en 1594. Por último, en 1741, se realizó la peana de los ángeles, en plata y bronce dorado, obra de Manuel de Vargas Machuca. 
 
Desde entonces y hasta hoy, el Santísimo Sacramento en su custodia ha recibido la devoción de la ciudad de Toledo en la famosa Procesión del Corpus y toda la ciudad se engalana para la ocasión. La Custodia de Toledo fue declarada Bien de Interés Cultural en 1909 y es considerada «la más bella joya que haya elaborado el ingenio del hombre». También la procesión fue declarada en 1980 Fiesta de Interés Turístico Internacional.




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