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¡Menuda tarta!

Pilar Cabañas Moreno


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Ese día, en el campamento, había concurso de tartas y cada uno debía haber traído de casa los ingredientes. Según bajaban hasta la orilla del lago, donde estaban las cocinas, alguien dio un traspiés y varios niños rodaron por la ladera, como si estuvieran jugando al rulo. A algunos se les rompieron los huevos, a otros se les esparció la harina y a Rubén le chorreaba leche de su mochila. Cuando la estrujó, parecía estar ordeñando una vaca. En fin, cada uno de los afectados perdió algo imprescindible para su tarta.
 
Mientras se limpiaban, oyeron las risitas de sus contrincantes. Entonces Itziar dijo: «¡Chicos, las lamentaciones no sirven de nada!». Les hizo una señal y, haciendo un corro, les dijo en voz baja: «Nadie ha dicho que sea un concurso individual. Juntos, con lo que cada uno pueda aportar, ¡hagamos la mejor tarta y no se reirán de nosotros!». A todos les pareció una gran idea. 
 
Sobre una de las mesas pusieron los ingredientes que se habían salvado. César hizo el recuento y Sofía dijo que podían hacer la receta preferida de su abuela, la mejor repostera de la zona. A todos les pareció bien, pues ella había heredado su talento. Así que, cuando los jueces dieron la señal, unos corrieron hacia el bosque para recoger bayas silvestres y el resto empezó a trabajar los ingredientes. 
Mientras Sofía batía los huevos y el azúcar, Itziar removía la mantequilla para que se ablandara y César tamizaba la harina. El tiempo pasaba y los dos que habían ido a por bayas no llegaban. Ya estaba la masa del bizcocho en el horno y, si no regresaban pronto, no daría tiempo a preparar la mermelada.
 
Sofía se acercó al arroyo. Un aroma la atrapó; era el frescor de la hierbabuena. Arrancó unas hojitas y las olió. Entonces se le ocurrió añadirlas a la mermelada: la hierbabuena aportaría frescura al dulzor de las bayas. Los demás estuvieron de acuerdo. Cuando el bizcocho estaba a punto de salir del horno, llegaron los recolectores llenos de arañazos, pero con la cestita repleta de jugosas bayas. Al sonar la campana, la última baya caía sobre el chocolate.
 
La competición iba a ser reñida, pues algunos habían traído de casa los más exóticos ingredientes. Pero ellos no se daban por vencidos: ¡su tarta tenía una pinta increíble! Algunos concursantes, al verla, protestaban diciendo que era trampa, que la habían hecho en equipo. Pero los jueces, entendiendo que no existía una norma que impidiera participar conjuntamente, no les hicieron caso.
 
Los nervios de los concursantes se crisparon aún más cuando los jueces probaron la tarta del equipo. Sus caras eran un poema de placer y deleite al mezclar en su boca sabores y texturas: el esponjoso y húmedo bizcocho, el cremoso chocolate y la mermelada de bayas del bosque con hierbabuena. Los jueces no dijeron nada y pasaron a evaluar las demás tartas. 
 
Itziar y sus compañeros estaban contentos de haber cortado las risitas de quienes se habían burlado de su mala fortuna, y pensaban en la merendola que iban a tener tomándose la tarta que habían hecho. Todos pensaban que ninguno por sí solo habría sido capaz de hacer aquella espectacular tarta. Estaban muy nerviosos esperando el final de la deliberación. 
 
Cuando los jueces acabaron, con gran seriedad anunciaron: «La ganadora ha sido… –a los chicos les pareció tan larga la pausa que el corazón casi se les salió de su sitio– la tarta de frutos del bosque con hierbabuena. El jurado ha valorado la utilización de los ingredientes de la zona, que le han dado el sabor del lugar». Y todo el equipo comenzó a dar saltos de alegría. 
 
Cuando empezaron a partirla, miraron a su alrededor y, viendo las caras de los compañeros, dijeron: «¡Ampliemos el equipo y compartámosla con los demás!». Los demás siguieron su ejemplo y todos pudieron probar un pedacito de cada tarta. ¡Qué variedad de sabores! 
 
El orgullo del chulito de turno quedó tocado por la generosidad que veía. Entre dientes se dijo: «No sabían que era imposible; por eso lo han conseguido».
 
Pilar Cabañas Moreno
Ilustración: Blanca López Cabañas
 




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