Un aspecto relevante de las mariápolis son los testimonios, experiencias de vida que traducen en hechos los principios evangélicos sobre los que están basados, mostrando así el trecho que va del dicho al hecho. En estás páginas, uno de esos testimonios.
Contado y oído
Desde hace más de cinco años trabajo para un sindicato. Como soy abogada, comencé de asesora jurídica en el departamento de inmigración. Conocía muy poco de la realidad sindical, tanto su desarrollo externo (la negociación colectiva en las empresas, las elecciones sindicales, la relación con otros agentes sociales...), como las tensiones políticas que se vivían dentro del sindicato, más en la línea de un partido político, con corrientes de opinión diversas, a veces enfrentadas, y que reflejaban una lucha por el poder, desconocida para mí hasta entonces.
Desde los primeros días noté que había mucha tensión en el ambiente: personas que no se hablaban o que aprovechaban cualquier ocasión para criticarse a las espaldas. Me trataban como a una “infiltrada”, pues había sido contratada por “la mayoría” y aquella sede en la que yo trabajaba era territorio de una minoría. Mis superiores me sugirieron sutilmente que actuara con precaución y discreción. Resonaban en mis oídos aquellas palabras del Evangelio: amar a todos, al amigo o al enemigo... Así que yo trataba a mis colegas por igual, sin hacer distinciones entre quienes eran de uno y otro lado. Llegó el día en que tuve que organizar un seminario con unos compañeros con los cuales no había conseguido romper el hielo. Desde el primer momento fueron fríos conmigo, colaboraban poco y ponían dificultades a todo… En miles de ocasiones me vinieron ganas de abandonar, pero cada día trataba de verlos con ojos nuevos e ir resolviendo cada problema que se presentaba y cada obstáculo que me ponían. El día del seminario llegó y fue un éxito, tanto por la participación como en la organización. Todos estábamos satisfechos con el resultado y decidimos repetirlo al año siguiente.
A lo largo de estos años se han presentado numerosas ocasiones en las que, expresando mis ideas, fruto de mis convicciones cristianas no siempre bien acogidas en mi entorno laboral, he sentido la incomprensión y la rabia de ser juzgada injustamente, pero también ha habido momentos de profundo diálogo y he visto cómo el respeto y la confianza en mí por parte de mis superiores ha ido creciendo progresivamente.