«[...] los hijos de la luz pueden encontrarse en todas partes: en la Iglesia, entre los cristianos, entre los no cristianos e incluso entre los no creyentes. Este es el descubrimiento, si así se puede llamar, del Concilio Vaticano II: haber superado las divisiones externas y formales para ir a la esencia de los problemas. Y en esto sigue el ejemplo del propio Jesús, que encontró buenos y malos entre los judíos y entre los paganos, entre los samaritanos y entre los fariseos. Encontró por todas partes hijos de la luz, como también entre sus más allegados encontró al hijo de la perdición,
Judas, que era del mundo; sin embargo, no era del mundo José de Arimatea, aunque fuese rico, ni Nicodemo, aunque fuese miembro del sanedrín, como tampoco lo era Gamaliel. Aun estableciendo una distinción y una oposición entre Él, los suyos y el mundo, Jesús también dialogaba con el mundo, en el sentido en que hoy lo entiende el Concilio. Tenía la mente y el corazón abiertos a todos los hombres, y tanto los buenos como los malos se podían encontrar en todas partes. [...] El centurión era un hijo de la luz, aunque no era judío, y también él habrá encontrado el odio y la oposición del mundo, tal vez del mundo religioso, que se creía cerca de Dios. [...] ¡Qué examen de conciencia! Somos cristianos porque estamos bautizados, [...] pero ¿somos en verdad hijos de la luz? ¿O estamos apegados a las riquezas, al prestigio, a la gloria? En este caso, nosotros también somos hijos de las tinieblas y no podríamos sentirnos en absoluto mejores que muchos no católicos y no cristianos que trabajan y sufren por una mayor verdad y justicia en el mundo».
Pasquale Foresi