«Cuando viajo en autobús interurbano, siempre le deseo un buen viaje al conductor. La última vez, al saludarle, me dijo: “Ya hemos coincidido otras veces; te conozco”. En la parada a mitad camino, me di cuenta de que había dejado cerrado el autobús, cuando habitualmente se queda abierto, y fui a buscarlo para decírselo. Estaba comiendo con otros conductores y al oírme dio un salto y fue a abrirlo. Al final del viaje, como hago siempre, fui a despedirme, darle las gracias y desearle un buen descanso. Él me dio un apretón de manos y dijo pocas palabras, pero su mirada lo decía todo. Los chóferes no son robots».
A.G.
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