[…] Responder a la vocación política es ante todo un acto de fraternidad, pues uno no baja a la arena solo para resolver un problema, sino que actúa por algo público, que afecta a los demás, y quiere el bien de estos como si fuera el suyo propio.
Vivir así permite al político escuchar hasta el fondo a los ciudadanos, conocer las necesidades y los recursos; lo ayuda a comprender la historia de su ciudad, a valorar su patrimonio cultural y asociativo. De ese modo puede captar poco a poco su verdadera vocación y trazar el camino a partir de un punto de mira seguro.
En realidad, la tarea del amor político es crear y salvaguardar las condiciones que hacen posible que florezcan todos los demás amores: el amor de los jóvenes que quieren casarse y necesitan una casa y un trabajo, el amor de quienes quieren estudiar y necesitan escuelas y libros, el amor de quienes se dedican a su empresa y necesitan carreteras y ferrocarriles, o normas claras…
Así pues, la política es el amor de los amores, que reúne en un plan común la riqueza de personas y grupos, y le permite a cada uno realizar libremente su vocación. Pero a la vez permite que colaboren entre sí, combinando las necesidades con los recursos, las preguntas y las respuestas, infundiendo en todos confianza mutua. La política se puede comparar con el tallo de una flor, que sostiene y alimenta el continuo surgimiento de nuevos pétalos en la comunidad. […]