A Tomás le gustaba mucho mirar por la ventana de su habitación. Era la única manera de ver lo que había más allá de las cuatro paredes de su casa.
A Tomás le gustaba mucho mirar por la ventana de su habitación. Era la única manera de ver lo que había más allá de las cuatro paredes de su casa. Enfrente había un parque en el que solía ver a algunos niños jugar al pilla pilla, al fútbol o al escondite. Le daba mucha envidia porque él no podía salir. Sus piernas no respondían cuando deseaba caminar, y sus brazos no tenían la fuerza suficiente como para hacerlo con muletas. Con frecuencia lloraba amargamente. Le daba muchísima rabia no poder salir a correr. Un día, según tenía la nariz pegada a la ventana, vio a un pequeño gnomo mirando junto a él. Cuando sus ojos se cruzaron, el gnomo sonrió y se acercó para secarle la lágrima que corría por su mejilla. Estuvieron charlando un buen rato y Tomás se fue tranquilizando. Al despedirse el gnomo le propuso lo siguiente: «La próxima vez que sientas que la lágrima empieza a correr, olvídate de tu problema, concéntrate y piensa en alguien que necesite ayuda».