A largo de este año la Palabra de Vida nos invita a vivir el amor recíproco. Compartimos aquí las vivencias de los lectores.
«Venía un buen amigo de una ciudad lejana y habíamos quedado para cuando yo acabara mi horario matinal de trabajo. A todo esto, ya tenía yo comprado el billete para luego salir de viaje. Justo cuando me anuncian que ha llegado mi amigo, surge una “urgencia urgentísima”. Pienso en él, pienso en el viaje… Todo se puede trastocar, pero no pierdo la paz. Pienso sobre todo en amar en lo que estoy haciendo, que es el mejor modo de ser veloz y eficaz, y confío en la bondad de mi amigo, pues no bajo a explicarle la contrariedad ni respondo cuando a la media hora me manda un sms. Me fío de su amistad, de la unidad que tratamos de vivir y, sobre todo, del Padre: si yo me ocupo de hacer su voluntad, Él le hará entender. »A los pocos minutos “escampa” el problema y puedo ir a pedirle perdón y darle un abrazo. La sonrisa con que me acoge no requiere mis explicaciones; me dice que vaya tranquilo a terminar. Al final, todo encarrilado, me quedan diez minutos para charlar con él y compartir. Cuando circula el amor recíproco, no hacen falta muchas palabras. Nos vamos los dos contentos y llego justo para coger el tren». P. T. «Esta mañana salía de casa con un poco de prisa para coger el autobús y veo que está por entrar en el portal mi vecina musulmana... “¡Adiós al autobús!”, pensé, pero enseguida me acuerdo de que un requisito del amor cristiano es saber escuchar, y tras el “¿cómo estás?” inicial empecé a mostrarle las últimas tareas hechas en el edificio por el equipo de mejoras en el que mi marido está ayudando a implicarse a la gente. Preguntaba una cosa, otra... Su marido no le había contado todo. No fue mucho tiempo, pero nos sentimos unidas participando en las cosas de nuestra casa común. Pregunté por sus niños. Quedamos en que bajaría a casa con su niña pequeña cuando venga mi nieta.