Mantener la esperanza Estamos rodeados de personas que nos recuerdan que las cifras del paro tienen rostro y no pueden sernos ajenas. A todos nos toca de cerca una crisis que va más allá de la economía, pues ha hecho tambalear la tranquilidad del mundo cómodo en el que hemos vivido hasta no hace mucho. La generación que nos precede convirtió con su esfuerzo la posguerra en prosperidad. Los abuelos y bisabuelos de hoy nos devolvieron la esperanza. Gracias a ellos hemos gozado de una infancia sencilla pero alegre, con ilusión. Su proyecto truncado por una guerra civil comenzó a realizarse en nosotros. Nos enseñaron que había que esforzarse y pelearon para crear una sociedad más justa y con más derechos, en la que nadie pase hambre, en la que todo el mundo tuviera atención sanitaria y judicial, educación, seguridad laboral. Pero olvidamos lo que cuesta ganar dinero y algunos poderosos y muchos aprovechados han abusado para enriquecerse. Resquicios de leyes incompletas en un habitual clima de prosperidad han sido la plataforma para que algunos robaran en un mercado liberado de prejuicios, con la complacencia de algunos políticos que olvidaron su función de servicio público. Luego perdimos el sentido de nuestro trabajo, pues ya no se trataba de crear una sociedad mejor para nuestros hijos, sino de disfrutar lo más posible derrochando los frutos que sembraron otros. Y cuando explotó la burbuja, se llevó por delante el trabajo y los ahorros de muchos, pero también la confianza y la esperanza en un mundo mejor.