Pequeñas acciones para activar el sentido de fraternidad con las víctimas de unos conflictos que parecen lejanos, como los prófugos de la guerra de Siria...
Un niño, entre tímido y atrevido, acaba de preguntarme: «¿Me compra una plantita?». Dice que se llama Pablo. No acabo de entender muy bien de qué se trata, así que me acerco a los tenderetes colocados a lo largo de la fachada de la céntrica iglesia granadina de la Virgen de las Angustias. Allí hay más de 20 niños y niñas de diferentes edades y todos parecen contentos. Los carteles coloreados que han pegado en la pared dicen con letras bien grandes: «Emergencia Siria: ayuda a los prófugos», y luego explican que hay más de 300.000 refugiados sirios en los países limítrofes, que el conflicto tiene difícil solución y que todavía mucha gente se ve obligada a huir y necesitan lo básico para vivir. Sí, lo de la guerra en Siria lo sabemos todos, porque día sí día no sale en el telediario, y es de esas cosas cuya solución uno piensa que es competencia de los organismos internacionales. ¿Pero qué tendrán que ver estos mocosos con una guerra que les queda tan lejos? Me interesa saber quiénes son estos chavales que dejan sus diversiones del fin de semana y se pasan el día trabajando por una causa como ésta. Rafa, uno de ellos, me cuenta que son «chicos por la unidad» y que tratan de «vivir por un mundo unido», que están en todo el mundo, que los hay de todas las religiones, incluso no creyentes, porque «en el mundo unido tenemos que estar todos». ¡Vaya, qué increíble! «¿Y qué hacéis? ¿Trabajáis siempre por los necesitados?». David, algo mayor que Rafa, me responde: «Mira, aquí somos cristianos y tratamos de vivir lo que Jesús nos ha dicho en el Evangelio, que lo resumimos en una palabra: amar. Parece fácil, pero cuando te pones en serio las cosas se complican, porque lo que quiere Jesús es que amemos a todos, sea de aquí o de otro sitio, que no esperemos a que empiecen los demás, y que incluso amemos al enemigo».